lunes, 28 de julio de 2014

Más allá de la inteligencia conocida

Stanislaw Lem.  Solaris (1.961). Editorial Minotauro 1.998.

  

         A pesar de que no me considero un lector de ciencia ficción, he encontrado en esta novela muchos aspectos que la entroncan o son afines a aquella literatura que no entiende de géneros ( no en vano se hicieron dos versiones cinematográficas de ella, la de Andrei Tarkoski en 1.973 y la de Steven Soderbergh de 2..002), y que la emparenta  con lo que estimo es la auténtica literatura; la que aborda los problemas humanos desde nuestra condición más humana. Aunque  nos internamos en el cosmos preparados para todo, es decir para la soledad, la lucha, la fatiga y la muerte,  la vida en la tierra y fuera de la misma es igual, en tanto en cuanto lo que cambia es el entorno o contexto, como en este caso el del planeta con dos soles llamado Solaris, así como el tiempo, un futuro que no se llega a precisar.
         Así Christiane Zschirt, la autora de: "Libros. Todo lo que hay que leer” (Edit.Taurus 2.004) llega a afirmar que “ésta novela tiene tanto que ver con la ciencia ficción como el capitán Kirk con Mefistófeles”. A modo de pequeña síntesis avanzaré de qué trata la novela. Solaris es un planeta cubierto por un inmenso océano gelatinoso. Un mar semejante a un gigantesco cerebro, a modo de inteligencia no humana. Los científicos terrestres desde hace tiempo, décadas, están intentando analizar a qué se enfrentan. Es cuando envían al psicólogo Kris kelvin ( protagonista principal ) a la estación espacial para averiguar si tiene sentido continuar el proyecto de investigación. No pretendo desvelar más sobre los entresijos de la novela, sólo que el protagonista, a pesar de estudiar a fondo la montaña de documentos que se han ido acumulando con las décadas de exploración, se muestra incapacidad para entender o averiguar algo sobre el misterioso océano Solaris.
El suspense que sustenta la narración le permite al autor hablar de cuestiones como la soledad, que a veces busca el protagonista para poder ordenar sus ideas sobre lo que le acontece ( una soledad que a mi me remitió a la que también sufre el personaje de la película de S.Kubrick en 2.001 en Una odisea en el espacio, esa soledad cósmica).
Evidentemente el hecho de que sea enviado un científico ( psicólogo)  a desvelar lo que realmente ocurre en la estación lo enrique, ya que aquí se plantean cuestiones como las alucinaciones, lo que es real o no, lo que verdaderamente existe e incluso la locura, como cuando  kelvin dice: “ un cambio inesperado se operó en mi, el pensamiento de que me había vuelto loco me devolvió la calma”.
Se cita a Don Quijote aunque no sea más que de pasada en la página 55 (de la edición que manejé, la de Minotauro) pero que me resultó cuanto menos significativo, puesto que Kelvin tiene algo de Don Quijote, aunque evidentemente La Mancha no sea Solaris.
Pero sobre todo lo que más prevalece es la pasión o emoción por descubrir la verdad, aunque en ciertos momentos fuera incomprensible, citando a Beethoven :” hacer todo el bien posible, amar la libertad sobre todas las cosas y aún cuando fuera por un trono, nunca traicionar a la verdad”.
  Se plantean cuáles son los límites del conocimiento científico humano; cómo al enfrentarse con otra inteligencia no humana no somos capaces de superar las barreras del propio antropocentrismo, como en su día Sir William Hamilton un inglés ilustrado del siglo XVIII pretendía en sus viajes a Nápoles ordenar el mundo, dominarlo. Esa sería la aspiración última de los viajeros occidentales en sus periplos por los nuevos mundos. Algo similar les sucede a los que van a Solaris. Así se dice: “ nadie podría pensar sino con su propio cerebro, nadie podría verse desde el exterior y verificar el adecuado funcionamiento de los procesos internos”. Y al  hablar de procesos internos es inevitable que emerja la memoria, pero aquí lo curioso es que a pesar de no aprender nada acerca del océano sí se aprende acerca de nosotros ya que a los investigadores se les aparecen espectros de su pasado, y deben de saber enfrentarse a ellos, a esas personas que formaron en algún momento de sus vidas parte de ellos y que son significativas e importantes o más bien lo fueron, aunque ahora sólo sean recuerdos ya que se encuentran muertas   pero a la vez cobran vida , y éste enfrentamiento con el pasado que a la vez pudo haber sido de otra forma provoca en Kelvin todo un planteamiento de querer salvar a su amada.
Esta lucha por salvar a lo que más quiere le llevará a los límites del miedo, pero acudiendo a algo enteramente humano, el coraje: “...recordé cuánto me había asustado la víspera , la mirada vacía de la noche; mi miedo me hizo sonreír ... respiré hondo, saboreando la oscuridad. Estaba vacío, liberado de todo pensamiento” y más adelante señala Kelvin: “pero ya nada me asombraba, ni siquiera mi propia indiferencia. Había traspuesto las fronteras del miedo y la desesperación. Había llegado muy lejos. Nadie jamás había llegado tan lejos”.
Lo que en un principio podría parecer un viaje exterior hacia la comprensión de una inteligencia como la del mar Solaris, llevará al viaje interior, y es aquí donde reside gran parte del encanto y misterio del planteamiento de la novela; esa idea original de lo que se da en llamar proyecciones cerebrales materializadas, es decir, la propia materialización de nuestros recuerdos  provoca en el lector la verdadera comprensión del funcionamiento de la memoria, no como un compartimento estanco, a modo de memoria a corto y largo plazo, sino como una tupida y extensa red que está engarzada en todos nuestros aprendizajes y experiencias a modo de la búsqueda del tiempo perdido de M.Proust y que conforma nuestra biografía.
La descripción que el autor realiza de la biblioteca me resulta notable: “situada en el centro mismo de la estación, la biblioteca no tenía ventana, era el sitio más aislado en el gran caparazón de acero, y yo me sentía relajado, pese al fracaso manifiesto de mis búsquedas”. Aún cuando estamos en un futuro y esto resulta cuando menos curioso la biblioteca sigue estando presente en un sentido tradicional , como ese lugar de refugio y aislamiento pese a las decepciones y fracasos del personaje. Es uno de los lugares de reposo y reflexión del guerrero.
Existen ciertas semejanzas o concomitancias que es necesario señalar ya que el océano de Solaris guarda “ciertas” semejanzas con los océanos de la tierra; esas enormes extensiones de mar que influyen con sus múltiples corrientes en el clima según nos dicen los oceanógrafos y que según parece desconocemos mucho de sus fondos a veces abisales. Incluso es inevitable traer a colación esa antigua hipótesis Gaia de Loovelock (creo recordar de los años 70  aproximadamente) sobre la tierra entendida en su conjunto como un Todo, un organismo  dotado de vida en toda su extensión, a semejanza de Solaris.
         Una nueva comparación de la inteligencia humana con la de Solaris lleva al autor a decir: “ la mente humana no puede absorver sino pocas cosas a la vez; vemos sólo lo que ocurre ante nosotros, aquí y ahora, no podemos concebir simultáneamente una sucesión de procesos, ni siquiera procesos concurrentes o complementarios.” Sin embargo somos capaces de captar el valor de un instante como diría Luis Landero " la advertencia de que todo instante vivido es perdurable si se pone fe en el ".

          A lo largo del libro se emplean términos científicos y técnicos, sin embargo me ha llamado poderosamente la atención que en la fecha del libro ( 1.961) se emplee el término ordenador cuántico, algo que se conseguirá según los expertos en un plazo de tiempo no muy largo. Es ese hablar de determinados avances de la ciencia  que más tarde se llegarán a conseguir, algo parecido al Viaje a la luna de  Julio Verne.
  Y a la vez que vamos estableciendo ciertas semejanzas o similitudes quisiera señalar la que existe entre el personaje principal Kelvin con el científico y premio Nobel de física Richard Philips Feynman en su permanente búsqueda de la verdad y la belleza (en esas maravillosas y poéticas descripciones que el personaje realiza del océano).
Feynman como amante de la verdad, así como Kelvin, establece un proceso lleno de imaginación y creatividad para descubrir cómo funciona supuestamente el océano, pero seguido en todo momento por una honradez intelectual y ética que proporcionan las herramientas del pensamiento crítico y de la revisión constante y racional de los sistemas de creencias propios y ajenos.
Tengamos en cuenta las múltiples lecturas y repaso de las mismas  que realiza Kelvin de toda la historia del descubrimiento de Solaris con las hipótesis desde el inicio del estudio del planeta hasta el momento presente en el cuál él se halla inmerso. En las aportaciones de Kelvin así como las de Feynman en la física predomina más la agudeza de sus observaciones y su intuición más que las deducciones para interpretar los procesos físicos del planeta.
Matar o destruir aquello que no comprendemos, como se plantea a modo de solución con el enigma de Solaris, puede ser comparado con lo que actualmente se realiza con los océanos aquí en la tierra, con la selva amazónica o con el deterioro en general del medio ambiente.

         La cadena de contingencias a las que se ve sometido Kelvin le lleva a ciertas reflexiones, una de las cuáles bien merece la pena ser citada: “ desde anoche he vivido horas que valen años. Años que no se olvidan”..., “ donde no hay hombres no hay motivos humanos”. Es como que lo auténticamente humano ( y Kelvin está descrito como humano demasiado humano que diría Nietzsche) se enfrenta ante lo desconocido y para ello debe, llegado a un determinado momento de los acontecimientos decidir: “si deseamos continuar investigando tenemos que destruir nuestros propios pensamientos”.  Es aquí donde nuevamente vuelvo a ver ciertas similitudes con el físico Feynman  que clasificaba a los científicos en babilónicos o griegos a la hora de hacer ciencia. Y Kelvin es babilónico ya que prima en su forma de ir descubriendo la verdad, su libertad de imaginación y su instinto o intuición de los fenómenos físicos del océano misterioso.

         Remontándonos a las múltiples reflexiones filosóficas que abundan a lo largo de la novela a cerca de nuestra condición humana escogería una que a mi modo de ver resume el núcleo central: “ el hombre se había lanzado al descubrimiento de otros mundos y otras civilizaciones, sin haber explorado íntegramente sus propios abismos, ese laberinto de oscuros pasadizos y cámaras secretas, sin haber penetrado en el misterio de las puertas que él mismo ha condenado”.

  La valentía y decisión con la que está trazado el protagonista le lleva a escoger caminos por donde sabe que no hay retorno posible, algo que también ( puestos a buscar similitudes ) ocurre en la tierra, es como que aunque cambia el escenario, el atrezzo, sea Solaris  o la tierra, al final el hombre debe de decidir ( con un margen de opción, eso sí) el camino a escoger: “ toda generación de hombres cuentan con un número aproximadamente constante de hombres inteligentes y decididos, y que se distinguen  sólo por que toman caminos diferentes”.


Solaris es un eterno desafío que vive y actúa  a través Kelvin , buscando la revelación que explique el sentido del destino del hombre. Aquí es a resaltar un capítulo dedicado al sueño, situación propicia para que el océano acceda a estados de conciencia alterados de la tripulación de la estación, como si aquí el hombre tuviera la guardia baja o estuviera indefenso y Solaris se aprovechara para filtrarse en el cerebro a modo de una vampirización. Pero sobre todo se busca encontrar una voluntad o finalidad de ese inmenso océano, ya que trasladar patrones humanos al océano no había servido.
El cierre de la narración recuerda el recurso narrativo de dejar un final con una interpretación abierta puesto que el misterioso planeta está interesado en el Hombre y sobre todo en el protagonista, quien a partir de cierto momento de la novela, vivirá de la esperanza después de haber pasado a modo de Dante por múltiples y variadas pruebas.