lunes, 15 de abril de 2024

 

Olvidándose de lo importante   

 

Siempre me han gustado los animales. Quizás es porque la infancia y la adolescencia los pasé con perros, gatos y demás familia. Sin embargo, lo que cualquiera observa es la excesiva antropomorfización que se hace sobre todo de perros y gatos. Se les viste como a un niño, se les compra chucherías y se les trata como si fuesen humanos.

El tiempo que se dedica a una mascota en paseos, baños, llevarlo al peluquero y demás, no se dedica ni mucho menos a un familiar, sea un padre o una madre ya mayores, que están más necesitados que nunca de ser escuchados y que se les muestre el cariño necesario. El perro y el gato están cumpliendo una función en esta sociedad tan moderna dónde son tratados como personas, con muchos privilegios y sin embargo a otras personas se les tarta más bien como animales. Algo está pasando, quizás será que al no hablar y estar siempre disponibles cómo si fuese un juguete se pueden convertir en el compañero ideal para soportar las tensiones de la vida y acompañar la soledad, además de cubrir las necesidades de dar afecto.

Cada cierto tiempo aparecen noticias que a mi me desconciertan y contribuyen a reforzar aún más la gran entronización que se hace de los perros. La última que conozco es: “hacerse un selfie con tu perro puede prolongar la vida”. Sí, han leído bien. Combinar los beneficios fisiológicos de tener un perro con el impulso psicológico de hacerse selfies multiplica los beneficios en nuestra salud. Claro, primero necesitas un petselfie, un curioso invento que nos permite colocar una golosina preferiblemente o una pelota justo encima del teléfono móvil y su cámara de fotos. De esta forma, será fácil captar su atención. Se trata del truco más habitual para captar la atención del perro a la hora de hacerle una foto. En fin, que todo son beneficios, pero me parece que más bien económicos con tal de vender artilugios destinados a los animales, un buen filón en el que el colmo son los satisfayer para perros. Me pregunto si levantaran la cabeza que dirían de todo esto Gerald Durrell que escribió: “Mi familia y otros animales” y el gran Félix Rodríguez de la Fuente.

Eduardo García Fernández

Psicólogo Clínico.

 

 

 

miércoles, 20 de diciembre de 2023

 

                             Pequeña reflexión

 

Ah, diciembre y con él las navidades, que pronto llegan, cada año parece ser más corto y acelerarse más.

En junio, estando de vacaciones le enviaba fotos por whashaptt a un amigo y él me contestaba:” aprovecha que pronto se acortaran los días y ya están ahí las navidades”. Pues parece que hay que darle la razón.

Diciembre y agosto son los meses de los reencuentros con amigos y familiares, pero el mes por antonomasia es diciembre por las reuniones familiares. Muchas personas acuden a cenas o comidas con familiares con los que el resto del año tiene poco o casi nada de contacto, sea por teléfono o por mensajes de whashaptt, y más bien soportan la situación porque es lo que toca, por costumbre social. El uso del móvil en las comidas es un buen mecanismo de escape para ausentarse por momentos, pero a veces, estallan las discusiones por rencores acumulados, envidias, celos, malos entendidos y un sinfín de problemas acumulados con los años, y que jamás se hablaron en el momento adecuado y con la calma necesaria para buscar solución. Quizás estas fechas sean el momento Kairós como decían los antiguos griegos, el momento adecuado, propicio, oportuno, para saber decir no; ser asertivo como decimos los psicólogos, y rechazar determinadas invitaciones para comer con familiares a los que el resto del año apenas se interesaron por uno. No pretendo desde estas líneas hacer un alegato antisocial en fechas tan señaladas o ir contra la familia, sino más bien, ser coherente con la vida de uno y procurar evitar malas digestiones, además de lograr darse a respetar; así pues, cuando uno ante las celebraciones de este tipo, cambia y decide no asistir a comidas que sabe cómo terminen probablemente, estará enviando un mensaje apropiado a la familia, además de sentirse orgulloso por haberse atrevido a decir que no.

Así pues, que tengan unas buenas y tranquilas navidades. Salud y buen provecho.

 

sábado, 5 de diciembre de 2020

                  Navegar a la deriva o caminar

Voy paseando por el parque de San Francisco cuando veo como una madre (supongo por edad, aunque puede ser su tía) hace fotos con un móvil a una adolescente que posa de varias maneras delante de un árbol; mi sorpresa es el empeño que ponen ambas, ¿estarán haciendo un book?, me digo, pero cuando me siento en un banco y pasa un buen rato, veo a lo lejos que allí continúan ambas en lo que más bien parece un trabajo donde la chica pone el pelo hacia delante , recogido etc…no pueden ser tantos selfies, quién sabe.

El poder que las influencer y youtubers tiene sobre las adolescentes es tan grande, que muchas veces las propias madres se sorprenden al averiguar el tiempo y dedicación que sus hijas emplean en seguir a quién marca la moda y las tendencias, y así quién se va formando y conformando con esta influencia es habitual que se encuentre permanentemente insatisfecha con su cuerpo, con un mayor número de complejos y además que quiera adelgazar. Si la adolescencia ya es un periodo difícil, aún lo está siendo más últimamente, cuando la inmediatez de los vídeos subidos por alguien contribuye a que las jóvenes quieran emular al influencer de turno, o incluso competir con ella y así usurparle seguidoras. Se sabe que la imagen tanto en el ordenador como en la televisión engorda, sin embargo, las horas y horas que se pasan los/as adolescentes en Instagram y demás redes sociales están haciendo que se incremente los problemas con la imagen corporal y los trastornos de la alimentación, puesto que se intercambian dietas para perder peso, así como trucos para no comer. Mientras con la que está cayendo, hay gente que apenas llega a fin de mes y otras/os están descontentos con su imagen corporal y no salen de su narcisismo. La tecnología ha conseguido crean un mundo nuevo donde parece que por efecto de magia todo es posible, pero más bien improbable, ya que la realidad muestra el grado de insatisfacción que ahora mismo tienen las/os adolescentes con su cuerpo que son quienes más tiempo pasan con su móvil. Entre los efectos nocivos de las redes está la comparación continua, la necesidad de estar permanentemente conectado, el suscitar envidias entre otros, se puede decir también a su favor que está la necesidad

de pertenecer al grupo, el compartir y conocer gente, sin embargo, considero que crean más malestares que beneficios.

Continuó el paseo por el parque, y veo como ahora los chavales colocan los bancos unos en paralelo a otros para así sentarse a hablar poniendo los pies en alto en el banco que tienen en frente, vamos como si estuvieran en el salón de su casa, con la gran diferencia que allí no tiran las bolsas de lo que comen en el suelo. Un comportamiento que ellos consideran normal y por lo tanto no es criticable.

Un parque abandonado donde hace años que un quiosko está cerrado y pintarrajeado, un antiguo bar cerca del estanque de los patos está cayéndose y un bombé que hace años está abandonado e incluso las chapas metálicas que lo rodean oxidado, sin embargo, es el parque emblemático de Oviedo, ¿cómo puede ser? Quizás lo que está sucediendo es que hoy vivimos simultáneamente en dos mundos paralelos y diferentes. Uno creado por la tecnología online, nos permite transcurrir horas frente a una pantalla. La otra mitad del día consciente la pasamos en el mundo que, en oposición al mundo online, llaman offline. Parece ser que el promedio de tiempo delante de la pantalla es de unas 7 horas y media. Y así el peligro que subyace es la propensión de la mayor parte de los internautas a hacer del mundo online una zona ausente de conflictos. El sociólogo Zygmunt Bauman considera que en mundo de internet hay una solución mágica a nuestros problemas, uno oprime el botón borrar y las sensaciones desagradables desaparecen. El comenta que estamos en tiempos de liquidez ayudado por el desarrollo de la tecnología. Al fin y al cabo, para muchos el parque no es un lugar para contemplar árboles y disfrutar del entorno, sino una prolongación de mi móvil, para cazar pokemons, o navegar sentado en un banco, así las personas cada vez están más fuera del contexto físico y más mediatizadas y absorbidas por los dispositivos electrónicos, con una atención más dispersa, un deterioro en la capacidad de escuchar y de la facultad de comprender que llevan al empobrecimiento de la capacidad de dialogar. Por que no hay que olvidar, que dialogar significa exponer las propias ideas aún asumiendo el riesgo de que en el trascurso de la conversación se compruebe que uno estaba equivocado, y que el otro

tenía razón. En cambio la facilitación tecnológica de conexión continua implica como efecto colateral el miedo a la conversación en tiempo real, cara a cara, y más aún sobre asuntos difíciles, esto lo sostiene la antropóloga Sherry Turkle en su libro En defensa de la conversación.

Se sabe que fisiológicamente el cuerpo humano se siente más en sintonía rodeado de árboles que aferrado a un teléfono móvil. Aunque nuestra conciencia cada vez está más moldeada por la tecnología y la conectividad permanente, fisiológicamente nos adaptamos mejor al medio natural. Por ejemplo, el físico estadounidense Richard Taylor ha constatado que el patrón de movimiento de la retina cuando analiza una escena de tipo fractal. Los fractales - objetos geométricos aparentemente irregulares que se forman a partir de la repetición de una estructura simple a diferentes escalas- están presentes en muchos elementos de la naturaleza, como en los copos de nieve o en los helechos ( como muy bien señala en un artículo la escritora Marta Rebón). Por eso, al observar las ramas de un árbol o las olas del mar se produce un efecto calmante. La predisposición de nuestro cerebro a sentirse en sintonía en ese entorno obedece a la huella evolutiva.

Ahora que se pretende construir un restaurante con una estrella michelín en el parque San Francisco, propongo también que se modifiquen los bancos y les pongan a la mitad de ellos ruedas para que así los chicos no realicen esfuerzos para colocarlos frente a donde se sientan y así poner los pies en alto mientras están con sus móviles, también estaría bien el que se sustituyeran las pocas y deterioradas placas que identifican los árboles por unas pequeñas señales que indicases dónde hay más pokemons, y dónde es mejor hacerse los selfie.

Sin embargo, para quienes valoramos el parque para simplemente caminar, aunque esté así de abandonado, es conveniente traer a colación lo que dice el escritor César Antonio Molina en sus memorias de ficción tituladas Todo se arregla caminando: “Caminar es nuestra manera fundamental de estar en el mundo, sumergirnos en nuestra movilidad ancestral en sintonía con los olores, colores, músicas y cambios atmosféricos. Acción y perfección íntimamente conectados.

Caminar es un proceso continuo de autorrenovación, de ganar tiempo al tiempo, de convertirnos nosotros mismos en espacio.”

 

 

sábado, 22 de agosto de 2020

                       La pérdida de lo cotidiano

 

Hijos que visitaban a sus padres en la residencia y los besaban y los abrazaban, niños que iban como cada día a los colegios y al ver a los amigos  se  saludaban, amigos que hace tiempo que no se ven y encontrándose en la calle  se abrazan. Todos estos pequeños rituales cotidianos, simples gestos instalados en nuestro día-día ahora mismo no están. Tal parece que el año 2020 nos cogió con el pie cambiado.

   Una vez que se ha pasado lo peor del desastre sanitario de la pandemia se llega a una situación que han dado en llamar: “nueva normalidad”, pero que prefiero denominar: el regreso a la antigua crisis del sistema, pero con el añadido que ahora nos han quitado una parte consustancial al ser humano y que nos define como tal, y que son las formas de saludarnos, ahora ya con los codos, (esperemos que sea temporal). Atrás queda el abrazarnos (no en vano cuando hay un abrazo los corazones están próximos), como cuando estrechamos la mano ese contacto permite que las miradas sean más cercanas; el confinamiento unido a la necesaria (por supuesto) distancia social, ha conseguido que el centro de las relaciones personales sea más bien  la coronación de la tecnología.

Por cierto, en Pamplona ya hay un robot, Alexia, que atiende en las terrazas para evitar contagios, olvídense de hablar con el camarero, mejor hable con la máquina, que seguro tiene tema de conversación para rato; incluso cabría preguntarle si está satisfecho con el trabajo que realiza quitándoselo a un humano.

 Los libros que abordan la situación que ya hace tiempo estamos viviendo hablan de tecnopersonas como una hibridación donde el prefijo tecno redefine a un nuevo humano, donde la mezcla de inteligencia artificial, y la implantación, en casi todos los ámbitos, de la tecnología digital, ha conseguido redefinir un nuevo ser menos humano, más próximo a una máquina o no se sabe bien a qué; el filósofo Javier Echevarría titula su último ensayo Tecnopersonas. Como las tecnologías nos trasforman, editado por Trea.

En fin, que la ciencia ficción más sobrecogedora ya está aquí para quedarse y  crear una realidad distópica donde todos pareceremos personajes de la serie Black Mirror, ese espejo negro que nos devuelve una imagen sobrecogedora. Este es un nuevo contexto y como tal produce unas nuevas formas en las relaciones humanas, aunque sea durante un tiempo mientras no exista vacuna, se supone. De lo que quiero hablar es de esa sensación de extrañeza que se produce cuando vemos a amigos, familiares o conocidos y al mantener la distancia el contacto visual cobra una mayor relevancia, no en vano era S. Freud el que decía que: “ la mirada es el sustituto civilizado del tacto.”Así pues, hay personas que saben sonreír con la mirada estando con la mascarilla, así como los hay que con verlos los sentimos igual de próximos que en el pasado mes de febrero, y sin embargo otros los seguimos sintiendo igual de distantes a pesar de verlos cerca. El tema es que los rituales como señala el filósofo coreano Byung-Chul Han en una reciente entrevista que no tiene desperdicio, permiten que los valores de una comunidad se asimilen corporalmente. Una idea cercana a la que tenía Pascal: “Si no crees, arrodíllate, actúa como si creyeras y la creencia llegará por sí sola.”  Los rituales anclan la comunidad en el cuerpo, sentimos físicamente la comunidad. Precisamente la crisis del coronavirus en la que todo se desarrolla digitalmente, echamos mucho de menos la cercanía física. Todos estamos más o menos conectados digitalmente, pero falta la cercanía física, la comunidad palpable físicamente. Es más, llega a decir Han: en los rituales el cuerpo es un escenario en el que se inscriben los secretos, las divinidades y los sueños. Pero es que el virus llega a consumar incluso la desaparición de los rituales. Los rituales poseen un factor de repetición, pero que es una repetición animada y vivificadora, no tiene nada que ver con la repetición burocrática-automática. Hoy en día dice Han vamos constantemente a la caza de nuevos estímulos, emociones y experiencias y olvidamos el arte de la repetición…”la vida intensa que actúa como reclamo del neoliberalismo no es sino consumo intenso.” Y es que probablemente de tanta búsqueda incesante de nuevos y variados estímulos, de una sociedad tan desequilibrada se llegó a esta situación.

Y mientras, este es un contexto muy propicio para que apelando a nuestra seguridad, a nuestra salud, se instale un nuevo orden,  un  New Deal pero no el de Roosvelt obviamente, incluso se habla de un giro datadísta, (Big Data), para así ejercer un control remoto de la salud, la educación, las relaciones personales; en fin, que tal parece que el virus solo precipitó lo que ya se venía fraguando de una forma gradual. Y frente a esto solo cabe una verdadera resistencia, que es recuperar esas formas de relación personal auténticas algo que ya escaseaba antes de todas esta catástrofe sanitaria, porque todo apunta, si pretender ser nihilista ni catastrofista, a que las relaciones humanas de momento parece que estén basadas en la desconfianza, como  aquel personaje de la película Blade Runner, J.F. Sebastian un diseñador genético que padece un trastorno de envejecimiento prematuro, y con el que el gran director Ridley Scott muestra la ausencia de relaciones personales auténticas como algo característico de ese futuro. Sebastian es un ser solitario sin amigos y cuya única compañía la forman los muñecos diseñados por él, (los  Alexia y compañía actuales); así pues, no parece que sea casual que este síntoma de decadencia futura y muy próxima reaparece en películas posteriores como el Juez Dredd, Inteligencia Artificial o Minority Report. El tema clave es si nuestra película actual, la que vivimos día a día, acabará bien, o más bien están diseñando un guión bastante retorcido. Esperemos poder verlo.

 

 

sábado, 22 de febrero de 2020



                                El temor a conocerse


         Hay personas a las que el silencio les genera inquietud, ansiedad y al no soportarlo necesitan tener siempre de fondo  sonido. Así, al llegar a casa la costumbre es encender la televisión o poner la radio o música, porque a parte de huir del silencio están evitando estar a solas con sus propios pensamientos que los viven con verdadero temor. Este mecanismo de evitación de los propios pensamientos y del silencio, es más frecuente de lo que parece, y además propicia el que las personas no aprendan a conocerse, ni a descubrir todas las posibilidades que ofrece el poder disfrutar de uno mismo a solas, en la tranquilidad que les podría proporcionar el silencio.
         Saber apreciar el silencio, valorarlo y a la vez utilizarlo para el descanso, pensar o realizar determinados trabajos, es algo tan necesario para el equilibrio psicológico como el ejercicio físico.
Así pues, cuando un niño aprende a estar en silencio en casa, concentrado en los deberes, también está ejercitando el saber estar consigo mismo a solas y esta situación le servirá para pensar, que es eso: hablar con uno mismo en silencio y a solas. Sin embargo, hoy e día se huye del silencio, hay un verdadero horror vacui que se traduce en que no existen espacios como una sencilla tienda, una zapatería, un supermercado etc… que estén libres de música.
En la actualidad existe una campaña en los bares, con su correspondiente cartel, donde se insiste en bajar el volumen, evita molestar y hacer ruidos, y se señala que son establecimientos libres de contaminación acústica. A las personas hay que enseñarles  que para comunicarse no hacen falta los gritos. Pero además, en la emisora radio 3 entre programa y programa se insiste en una cuña publicitaria que: por favor, porque no te callas, cuando vas a un concierto de música vas a escuchar a los músicos y no a hablar. Normas sencillas y de sentido común que permiten que la convivencia se mejor, pero  que cuando es necesario hacer estas campañas es un reflejo de cómo se ha perdido el norte; es como si por sistema las personas se comportasen estando siempre fuera de contexto. Ya ni siquiera resulta llamativo el que por la calle se escuche la conversación del que va hablando por teléfono.
Quizás es que todos venimos  de una gran explosión de ruido, el famoso Big-Bang y no estamos acostumbrados  a desenvolvernos en esta sociedad tan ruidosa para cultivar el silencio, o bien que vivimos unos tiempos donde más bien se le teme, se evita, es como algo que inquieta, cuando más bien es una fuente de gran fuerza.
Según un estudio muy citado, los seres humanos tenemos menos capacidad de concentración que los peces de colores. Los hombres perdemos hoy la concentración al cabo de ocho segundos- en el año 2000 eran doce-, mientras que los peces de colores el promedio es de nueve segundos. Y los peces de colores se encuentran, como sabemos, muy abajo en la cadena trófica. Me figuro que la investigación sobre los peces de colores es bastante limitada, así que los resultados sobre estas criaturas deben tomarse con cierta precaución. En todo caso, si he mencionado esta investigación es por el dato que se refiere a nosotros, los seres humanos, así lo manifiesta Erling Kagge en su libro El silencio en la era del ruido. Cada vez nos cuesta más concentrarnos en un mismo tema a medida que pasan los segundos.
A pesar de lo que aquí indico, muchas personas de una forma tangencial o intuitiva cultivan a diario su propio silencio, como cuando se concentran en una actividad con la que disfrutan, y llegan a  fundirse tanto en dicha actividad que el mundo a su alrededor desaparece.
         Los seres humanos para no temer tanto al silencio debemos tener  presente que como decía Lao-Tsé “lo que le da valor a una taza es el espacio vacío que hay entre sus paredes”.