Contra la felicidad. En
defensa de la melancolía. Eric G. Wilson. Editorial Taurus.2.008.
Desvelando las esencias del ser humano
En
la actualidad los libros de psicología
positiva inundan el mercado editorial con múltiples y variadas tesis sobre
cómo conseguir ser feliz. Sin
embargo, frente a esa tendencia de libros
de autoayuda de dudoso contenido científico, a veces emergen auténticos
libros como este de Eric G. Wilson que pretende desvelar esa
tendencia en la sociedad actual de conseguir la felicidad a toda costa.
Previamente a este ensayo el autor ha publicado otros cinco en los que analiza
la relación entre literatura y
psicología.
En
la introducción Wilson se pregunta: “¿a qué viene ese anhelo de expurgar la tristeza
de nuestras vidas, especialmente en Estados Unidos, la tierra de los sueños
esplendorosos y del éxito arrollador?” Y
a su vez afirma: “temo que el excesivo hincapié que la cultura estadounidense
hace en la felicidad a costa de la tristeza sea peligroso, un olvido
disparatado de una parte esencial de la vida plena”.
En
cambio defiende la dicha (término
que prefiere) que emerge después del sufrimiento prolongado, o la serenidad ganada a pulso que surge
de una larga meditación sobre las desdichas del mundo. Pero además, deja claro
que no pretende investir de romanticismo
la depresión clínica, si no más bien que si el ser humano experimenta la melancolía, ésta es parte
constitutiva de su esencia y no hay por qué renunciar a ella o medicalizarla.
El
primer capítulo, que lleva por título El sueño americano, explica cómo
se fue gestando ese sentido optimista y esperanzador americano, tomando como
ejemplos el barco Mayflower que en el invierno de 1.620 y llevando como capitán
a William Bradford tocó tierra en Cape Cop y lo que después aconteció; y como
segundo ejemplo de hombre prudente cita a Benjamín Franklin con su obra El
camino de la riqueza de 1.758.
A
lo largo de los siguientes capítulos con títulos sugerentes como: el hombre
de la pena, melancolía generativa y terrible belleza se desarrolla la tesis
central del autor que consiste en desvelar y defender que la melancolía, siendo parte
constitutiva del ser humano, es necesaria para que una cultura sea
próspera. Es más, tomando ejemplos a lo largo de la historia de la literatura,
la música o la pintura vemos que el lado sombrío de la vida se convierte en generador de una fuerza vital necesaria
para poder crear.
A medida que avanzamos en la lectura, vamos comprendiendo
que el sufrimiento que experimentaron determinados artistas ha ido configurando
sus obras y a la vez éstas han ganado tanto en belleza como en profundidad. De
los diferentes artistas que aborda, señalando los variados sufrimientos que
atraviesan, destaca el ejemplo de Beethoven
quien pese a su melancolía, sus dolencias gástricas y su pérdida de audición -
que paradoja más terrible para un músico- llega a afirmar en un momento de su
vida que superaría sus diversas limitaciones con la creación de obras inmortales. Le parece imposible
dejar el mundo hasta haber expresado todo lo que lleva dentro, y jura soportar
su “desdichada” condición para que su talento cristalice. Descubre un estilo
que será capaz de expresar las emociones
profundas y es ahí donde surgen
obras inmortales como: la Quinta sinfonía, una de las más famosas, la sonata La
Tempestad, la Heroica o Tercera sinfonía o el concierto para piano nº 5
Emperador, entre otras muchas.
Las notas bibliográficas aparecen comentadas y son de
agradecer para quienes tienen interés en el tema o pretenden profundizar en el
mismo.
En
definitiva, un libro con un planteamiento riguroso y cultural sobre la
melancolía que es ameno en su lectura y
no requiere de conocimientos previos; pero que además realiza un aporte
importante al exponer el falso mensaje de la felicidad fácil e indagar en lo que aporta el sentimiento de la
melancolía a la cultura y a la vida en general.
También la tristeza nos hace humanos, no es que haya que buscarla pero eludirla además de inútil me parece contraproducente. Y además, hay tantas y hermosas maneras de firmar treguas con ella... Y eso sin contar que un estado de alegría permanente se parecería peligrosamente a la locura.
ResponderEliminarLo apunto como próxima lectura, Edu.
Un abrazo.
De la alegría permanente a la euforia ( la cresta de la ola como la llamaba Byron ) hay un paso y bastante peligroso.
ResponderEliminarNada en exceso es bueno
Un fuerte abrazo Xuan, Edu