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Para llegar a entender el apasionamiento con
el que escribe el neurólogo Oliver Sacks (Londres 1.933), es necesario acudir
a las raíces y qué mejor camino para ello que su autobiografía El
tío Tungsteno . Recuerdos
de un químico precoz .
(Anagrama, 2.003). Aunque ésta sólo abarca hasta los 16 años, es más que
tiempo suficiente para llegar a comprender cómo se forja en un niño la
curiosidad científica.
Su autobiografía da comienzo con la
atracción que sobre él ejercieron los metales, verdaderos estímulos discriminativos,
cuando sólo contaba con cinco años: “muchos
de mis recuerdos infantiles son de metales, desde el principio parecieron
ejercer un poder sobre mi...¡ Bronce!. La sola palabra era para mí como una
trompeta, pues una batalla iba asociada con el valeroso entrechocar de bronce
con bronce, lanzas de bronce contra escudos de bronce, el gran escudo de
Aquiles ”.
La pasión, conocimiento y en cierta medida
erudición, además de anécdotas e historia familiar que impregna el espíritu
del libro, provoca en el lector que avance a lo largo de sus páginas con
amenidad y curiosidad al abordar los descubrimientos y avances en el campo de
la química; aunque más bien en un principio podrían parecer a cualquier lego
algo más bien arduo o árido.
Es a destacar que procediendo de una familia
de médicos judíos situados en el Londres de comienzos de la II guerra mundial
el pequeño O. Sacks diera sus primeros pasos de acercamiento a la ciencia
mostrando un interés especial por los territorios donde se une lo científico
y lo romántico, con el paradigmático ejemplo del químico-poeta Humpry Davy
del siglo XVIII, pues fue amigo personal de Coleridge, y así mismo Davy
consideraba a la ciencia y a la poesía actividades igualmente complementarias
y creativas para la exploración de la naturaleza. Este fue descubridor entre
otras cosas del óxido nitroso, sustancia con la que más tarde experimentaría
el psicólogo y filósofo William James y que describe en “Las variedades de la
experiencia religiosa” como la primer experiencia registrada con un
alucinógeno.
En El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (Anagrama reedición de 2.005)
continúa mostrando el mismo interés, así dice: “ el
contraste en rigor entre el médico y el naturalista corresponde a una
duplicidad indeleble en mi ( no
en vano ha publicado “ Diario en Oaxaca”, National Geografic Society 2.002
donde narra sus experiencias como botánico en México), me
siento a la vez médico y naturalista; y me interesa en el mismo grado las
enfermedades y las personas, me arrastra por igual lo científico y lo
romántico, veo constantemente ambos aspectos de la condición humana, y
también en esa condición humana quintaesencial de la enfermedad... los
animales contraen enfermedades pero sólo el hombre cae radicalmente enfermo ”.
En sus relatos clínicos incide en la
relación entre los procesos fisiológicos y la propia biografía del paciente.
Sitúa al ser humano que lucha y se aflige en el centro; su historial clínico
es una narración o cuento donde se comprende la relación del paciente con la
enfermedad. Son relatos muy ricos en contenido humano (y de ahí gran parte
del interés que despierta) en una tradición que se remonta al siglo XIX y más
en concreto al neuropsicólogo ruso Luria, pero además lo realmente curioso
reside en la forma en la que expone los casos clínicos, con un tono asequible
y un acercamiento donde combina a la vez la sabiduría humanista con la
sensibilidad clínica.
Del mismo modo que quedamos horrorizados
ante los daños que provoca el desarrollo de una enfermedad del sistema
nervioso, un trastorno también se puede ver como algo creativo por parte del
enfermo que adopta formas de comportamiento distintas a las usuales y que
pueden llegar a parecer extravagantes por los mecanismos de adaptación ante
la enfermedad.
En la obra “ Un
antropólogo en Marte ”
(Anagrama 1.997) cita al psicólogo Vygotsky, quien estudió a niños sordos y
ciegos y que más que hablar de sus carencias decía: “ si
un niño sordo o ciego alcanza el mismo nivel de desarrollo que un niño
normal, el que el niño discapacitado lo alcance de otro modo, por otro
camino, y de ahí que sea importante conocer la singularidad de ese sendero
por el que debe de conducir el niño, transforma lo negativo del defecto en lo
positivo de la compensación ”. Todos
los relatos son de supervivientes en circunstancias alteradas y que a pesar
de todo le tienden una mano a la vida.
En su obra que hoy ya es un clásico Despertares (reeditada en Anagrama 2.005)
, de la que Harold Pinter (premio Nóbel de literatura del presente año)
realizó una adaptación teatral titulada “ Una especie en Alaska ” en 1.982, y más tarde se
llevó a la gran pantalla con la películaDespertares protagonizada por Robin
Willimas y Robert de Niro, se aborda el tema de los pacientes supervivientes
de la gran epidemia de la enfermedad del sueño o encefalitis letárgica
ocurrida hacia 1917-1918 y las reacciones provocadas en los mismos por la
aplicación de un nuevo fármaco el L-dopa que, nunca mejor dicho, los
despierta (título que tomó de una obra del dramaturgo Ibsen “ Cuando
los muertos nos despertamos ”);
aunque más tarde vuelvan a su estado anterior. Nuevamente aquí no sólo
explica la evolución que tuvieron estos casos tan sumamente extraños, sino
que hace hincapié en prestar atención a la totalidad de las necesidades y sentimientos
del paciente, siendo insuficiente el considerar la enfermedad como puramente
mecánica o química, y teniendo siempre en cuenta la totalidad del ser humano.
Consigue construir una visión del ser humano dotado de un brillo donde cada
enfermo saca lo mejor de sí mismo, para así restaurar en un difícil
equilibrio su salud o cuanto menos, no sufrir tanto y a la vez aprender a
convivir con la enfermedad, haciendo de sus vidas verdaderas obras de arte.
Es ésta una visión que abarca el punto de vista médico, humano, teórico y
emotivo de las inagotables historias de estos Despertares .
En estos Despertares parece ser que la música
empleada como musicoterapia también contribuyó a la mejora de los pacientes;
así se dice que la misma fue, tras la farmacológica, la mejor medicación para
los enfermos, como cuando se ha medido la respuestas electroencefalográficas
(EEG) y se ha visto que varían en casos de Parkinson, entonces dice:“Este hombre es un buen pianista y organista, que
al momento de empezar a tocar su lado izquierdo pierde su akinesia, su lado
derecho pierde sus tics y su corea, encontrándose los dos lados en una unión
perfecta. Simultáneamente el EEG patológicamente asimétrico , desaparece
dejando ver sólo simetría y normalidad. En un minuto que para de tocar, o que
su música interna se detiene, su estado clínico y su EEG abruptamente se
descomponen ”.
Creo que queda todo dicho con semejante descripción acerca del poder de
determinada música en ciertos problemas.
Cabe señalar algún breve apunte que a la vez
que autobiográfico engarza con el espíritu de investigador y de hombre
auténtico, y es que no hay que olvidar que el padre de O. Sacks era un médico
judío a la antigua usanza del médico de familia que conocía los problemas
físicos y de otro cariz que acuciaban a las familias que visitaba a
domicilio, así pues relata en su autobiografía: “ cuando
mi padre a la edad de 90 años comenzó a pensar con cierta reticencia en el
retiro, le dijimos, al menos deja de visitar a domicilio. Pero el respondió,
seguiré visitando a domicilio y dejaré todo lo demás ”, como así mismo realizó O.
Sacks y que se refleja en su obra “Un antropólogo en Marte” a la hora de
quitarse la bata e ir a los domicilios de las personas que investigó en su
propio entorno.
Aún hoy su pasión de la infancia y la
adolescencia por la química sobrevive, pues señala que “ actualmente en las
frías y tristes tarde del sábado me arrellano con un grueso volumen de Torpe,
el diccionario de química aplicada, uno de los libros favoritos del Tío
Tungsteno, lo abro por cualquier parte y leo al azar ”.
Considero que en él sigue viviendo el niño
que tuvo por héroe de su niñez al químico –poeta Humphry Davy (qué decir en
comparación con los actuales héroes que los jóvenes y adultos tanto elogian y
televisan) y que desde entonces continúa haciéndose preguntas (porque
realmente eso es lo verdaderamente importante) y que nos las desvela de forma
maravillosa y magistral en sus libros.
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domingo, 26 de mayo de 2013
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Describir relatando: tal vez la única manera de comprender. En una historia clínica ¿cuánto ha de haber de historia y cuánto de clínica? Somos seres narrativos y narradores: sin novelar no entenderíamos nada, empezando por uno mismo, esa biografía novelada. Sacks tiene esto muy claro y lo pone en práctica. Sin olvidar la pasión con la que aborda cualquier asunto: si le hubiera dado por describir las costumbres invernales de los escarbajos lo leeríamos con idéntica fascinación.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias por el comentario.Existe lo que se llama La construcción de narrativas terapeúticas.
ResponderEliminarSacks aborda efectivamente con igual pasión temas singulares como los ciegos al color que viven en una isla...
Un abrazo, Edu