Retornando a la espontaneidad
El niño juega sin preguntarse por qué juega, pero una
vez que nos convertimos en adultos nuestra tendencia es volvernos más serios y
prácticos. Sin embargo, seguimos conviviendo con el niño que en un determinado
momento evolutivo fuimos. Tanto es así, que las personas que se recuperan de un
trastorno psicológico habitualmente comentan que juegan más, desdramatizan
determinadas situaciones de su vida y que incluso juegan más con sus mascotas. C. G. Jüng consideraba que era necesario y beneficioso el escuchar al niño que todos
llevamos dentro, dejar que aflore y se manifieste. Que sería de nosotros sin
las bromas y los chistes habituales de los amigos, sin percibir la parte
simpática del comportamiento humano.
Los neurocientíficos afirman que divertirse, jugar, reírse,
alegrarse en fin disfrutar, eleva determinados neurotransmisores y
probablemente baje otros, como si se subiera el colesterol benigno y bajase el
perjudicial, pero considero que no son necesarios estos estudios para demostrar
algo absolutamente obvio, como esos estudios que muestran que la dieta
mediterránea es beneficiosa para la salud; y yo me pregunto no será que más
bien el estilo de vida mediterráneo de parase a comer juntos ,compartiendo un
momento agradable, charlando y riendo, en fin disfrutando con una buena
sobremesa son los verdaderos ingredientes necesarios para una buena salud tanto
física como mental. Y a la inversa, por muy saludable que sea la comida, si se
comparte con quien no se debe, probablemente seamos incapaces incluso de
esbozar una leve sonrisa o de hacer bien la digestión.
Cuando el adulto se vuelve excesivamente serio en
todas sus rutinas diarias y abandona el lado lúdico de la vida es más probable
que sus cotas de sufrimiento estén garantizadas, por contraste ahí están la abundancia de programas de juegos, dibujos
animados de humor para adultos, que abundan en los canales televisivos, incluso
en el inconsciente colectivo de las diferentes generaciones se recuerda a que
se jugaba en el colegio o en el verano. Si en un momento de nuestro ciclo vital
nos ayudó a desarrollarnos, conocernos, compartir y reír, una vez adultos seguimos
apasionándonos por jugar por jugar, pues cuando no somos conscientes del paso
del tiempo y estamos concentrados en una actividad fluyendo con ella, entonces
sólo entonces volvemos a ser como niños.
Cuánta razón tienes: no se nos olvida el comer pero si el jugar, tan necesario como el comer, entendiendo por juego la práctica lúdica de aquello con lo que disfrutamos sin un fin práctico. Y compartir el juego, igual que se debe compartir la comida, como bien comentas: de ahí el exito de los juegos online por encima de las consolas, sobre todo y precisamente después de la niñez.
ResponderEliminar(Voy a tener que fotocopiar tu blog y leermelo todos los días por la mañana para que no se me olviden ciertas obviedades que precisamente por obvias dejamos de tenerlas presentes)
Un fuerte abrazo.
Yo quiero volver a ser niña y muchas veces lo hago y me pongo a jugar o a bailar con las sobrinas, pero noto que ya están pervertidas por los juegos electrónicos. Pero no hay nada como compartir una comida, un paseo y una buena charla.
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