Flotando sin
pentagrama
Al aproximarse a comprender la
figura del trompetista de jazz nortemericano de la costa oeste Chet Baker (1.929,
Yale-1988 Amsterdam), es fácil caer en el tópico del músico adicto a las drogas
y a una vida de exceso que tanto vende. Sin embargo, lo que aquí pretendo con
estas líneas es precisamente ir más allá de este tópico, e indagar el por que
tanto la música que creó como su vida resultan verdaderamente interesantes.
A medida que uno escucha con la
debida atención a este excelente trompetista, se produce un estado de
erizamiento de la piel -depende de las sensibilidades- y la movilización de las
emociones, consiguiendo que ambas se den un abrazo. Su sonido único es capaz de
adentrase en las profundidades de las tristezas y recorrer todos sus
intersticios, así como hablarnos de nostalgias y de paso recorrer el amplio
abanico de las emociones humanas. Como muy bien dijo el pianista Herbie Hancok:
“su calidez, su lirismo y su delicado sentido de la melodía me causaron un
impresión inmediata. La primera vez que escuché a Chet Baker jamás olvidaré la
forma en que su corazón se derramaba en cada una de aquellas notas elegidas con
gusto exquisito, ni la calidez que afloraba en mi interior mientras le oía
tocar, por que aquella había de ser la última vez en que tendría la oportunidad
de hacerlo”.
Las palabras del director del
documental Let’s get lost Bruce Weber dice: “era un gozo pasear junto a Chet
por una playa ventosa mientras volaba una cometa”. Y es que en el inicio del
documental el propio Chet es el que comenta que una sensación que le resulta
sumamente grata es flotar en la parte trasera de un automóvil descapotable. A
veces, su manera de tocar produce ese estado de flotación debido a la suavidad de la melodía.
A lo largo de las indagaciones que
realicé para pretender describir su música de la forma más profesional y
certera posible, me encontré con una en el libro: Diccionario de jazz de
Philippe Carlos que aunque es larga, me pareció sumamente interesante y dice
así: “es un artista de la delicadez y la fragilidad, del soplo y la fisura, la
sonoridad ya famosa cobra cuerpo tras su regreso en 1.974 ganando en amplitud y
madurez. Su ejecución, construida entorno a la riqueza melódica, renuncia a
toda búsqueda de efecto, a todo entramado de clichés o paráfrasis. Su emisión
es mínima: toca con el micrófono casi metido en la campana del instrumento lo
que redunda en la amplificación de los armónicos graves, en una mayor
profundidad tímbrica y en una percepción muy nítida del soplido y los ataques.
Su manera de cantar es reflejo de la relación que mantiene con la trompeta:
delicadeza y roce, ligadura y quebranto entre coro y coro. Su voz textura
evanescente que envuelve la melodía, raya la fractura sobre todo cuando
improvisa en los scat, donde es auténtico complemento de la trompeta”.
Pero además, cabe señalar que no
sabía leer música y que tocaba de oído, todo intuición, sin embargo era como si
poseyera la clave para adentrarse en un manantial de belleza imposible de
secarse.
Resulta sumamente curioso como las
diferentes contingencias de la vida van marcando la relación que mantiene con
el instrumento, así en un accidente a los 11 años un niño tiró una piedra
contra una farola y rebotó en los dientes incisivos superiores del futuro
trompetista por lo que el aire salía ahora por ahí y tenía que aprender una
forma nueva de acercarse a la boquilla. A los 17 años y realizando el servicio
militar ( pues se alistó para marcharse
de un hogar problemático, donde el padre le pegaba y la madre lo vestía de niña
y lo obligaba a cantar en un coro como si tuviese voz de niña ) en Berlín,
donde realizando guardias tenía que permanecer quieto durante largos periodos
de tiempo; así en el aeropuerto, esperando a los altos cargos y haciendo frente
al frío y para que no se le helasen los labios constantemente acercaba la boca
a la boquilla de la trompeta y emitía sonidos muy suaves, más para aplacar el
frío y con vistas a que cuando llegasen los dirigentes tuviera la boca lista y
no entumecida. Esto lo narra en su autobiografía, cuyo título es significativo:
Como si tuviera alas; y más adelante, cuando ya era un adicto a la heroína, en
un episodio donde pretendía comprar droga a unos camellos un grupo de negros le
dio una paliza y le rompieron los dientes y la mandíbula. Este incidente marcó
el que estuviera apartado de tocar por un periodo de tres años, durante los
cuales se ganó la vida trabajando en una gasolinera largas jornadas que según
cuenta en el documental de su vida podía llegar a las 16 horas diarias. Volvió
a los escenarios adaptando una nueva boquilla y reinició su carrera en 1.974,
gracias a la ayuda que le prestó Dizzy Gillespy. Curiosos incidentes que marcan
toda una vida y que se añaden a que él amaba a partes iguales el jazz, las
drogas y las mujeres. Pero en este triángulo de placeres, a veces alguno de sus
ángulos se hacía más agudo, en determinados momentos de la vida como cuando la
heroína fluía con demasiado rugido por las venas y entonces venía la fase de
desintoxicación que narra una y otra vez en la autobiografía, eran episodios
sucesivos para volver nuevamente a consumir de forma desaforada según dice: “
Andy fue el primero que me puso en contacto con la maría, bendito sea , me
encantó y seguí fumando maría durante los ocho años siguientes, hasta que
empecé aprobar de vez en cuando las drogas duras y al final me enganché al
caballo. Me gustaba muchísimo la heroína, la estuve consumiendo de una forma u
otra durante los veinte años siguientes ( si se incluye la metadona, que no
proporciona la menor sensación de euforia a no ser que uno esté limpio del todo
) “. El consumo de heroína implica un estilo de vida de buscar el camello,
comprarla, inyectarla, estar bajo sus efectos y nuevamente tras un breve tiempo
de pocos días, volver a desear el acudir nuevamente a comprar y repetir este
circulo, un estilo de vida de yonki, pero si se ama la música y las mujeres tal
y como él lo describe, es posible- a pesar de ciertos derrumbes-, el hacer
malabarismos: tocar, amar y drogarse a veces apartes iguales, y a veces a
partes muy desiguales. No era un yonki al uso, pues sus flotadores fueros sus
amplias relaciones sociales que en el mundo de la música son necesarias, así
como las mujeres que conoció y su verdadero arte de tocar. Sólo así es posible
explicar que un trompetista blanco de tantos excesos pudiera tener una
trayectoria musical como la que consiguió.
Cuando estuvo apartado de la vida
musical debido a la paliza que recibió donde la partieron la mandíbula y los
dientes, no puedo evitar el imaginar y comparar su vida con la del personaje
que interpreta Robert Michum en la película de cine negro Retorno al pasado (Jacques
Tourneur, 1.950 ), pues ambos se refugian en otro empleo –trabajar en una
gasolinera-, como arrastrados por la marea que son los golpes de la vida ( y es que a veces la vida de este
trompetista más bien parece ficción ) y donde acuden a repostar un nuevo
combustible y dejar atrás su oscuro
pasado, pero ambos vuelven nuevamente a la circulación- a los mundos de donde
procedían- teniendo las concomitancias del mundo de la noche, la ciudad, e
incluso la adicción, en uno a la heroína y en otro a una mujer. Ambos, después
de perder ciertas capacidades físicas retornan uno a descubrir la verdad de lo
acontecido y otro en la búsqueda de su sonido. Semejan héroes en una nueva
búsqueda que nunca abandonaron, sino que sencillamente aplazaron.
Y ahora mismo, mientras el
inconfundible sonido de Chet emerge del letargo, Robert Michum camina adentrándose en un bar.
Muchas veces la biografía es inseparable de la obra, sobre todo en el caso de los grandes genios. Y no es necesario ser entendido en jazz para sentir algo distinto en la trompeta, la voz y la respiración de Chet Baker, algo que no deja indiferente, que toca un lugar íntimo.
ResponderEliminarEs raro que no se haya hecho una buena película sobre su vida, tal vez demasiado políticamente incorrecta.
Me ha encantado la entrada, Edu.
Un abrazo.