Conviviendo con el demonio
Cuando nos adentramos a
leer las biografías que mejor o más fielmente reflejan el sufrimiento de una
depresión, o el episodio de una crisis espiritual, nos percatamos
que los escritores o actores, son una fuente a tener muy en cuenta, puesto que
poseen la facilidad para expresar como vivieron sus crisis y además muestran
cierto grado de valentía por exponer públicamente su sufrimiento.
En las memorias del
escritor norteamericano William Styron
(1.925-2.006), cuyo título ya de por sí es altamente significativo: “Esa visible oscuridad. Memorias de la
locura”, describe con todo detalle fenomenológico el horrible descenso
hacia la desesperación, la depresión.
Este libro en su origen fue
una conferencia pronunciada en Baltimore en un Simposio sobre desórdenes afectivos, que organizó el
departamento de Psiquiatría de la Universidad John Hopkins; posteriormente el
texto se convirtió en un ensayo de unas 80 intensas y desasosegantes páginas,
que permiten al lector entender la oscura realidad de la depresión mejor que cualquier manual de psicopatología al uso. Y
es que Styron a pesar de haber
estado en los marines en la II Guerra Mundial y haber tenido éxitos literarios
recibiendo varios premios, no escapó de la terribles garras de la depresión.
Estas memorias posen la belleza de la
mejor literatura a pesar de narrar un episodio tan doloroso. En él tienen
cabida ciertas anécdotas que demuestran el desbarajuste que es capaz de
ocasionar el estar sumido en este dolor,
como cuando viaja a París a recibir el premio Prix Mondial Cino de Duca y llega a perder el cheque por un valor
de 25.000 dólares, interpretándolo como una forma de autoodio, no
considerándose digno de tal premio.
La novela Esta
casa en llamas de 1.960 para muchos críticos es la mejor obra escrita sobre
el alcoholismo, no la he leído pero la traigo a colación por que para Styron el alcohol era: “ el compañero
mejor de mi intelecto, además de ser un amigo cuya ayuda buscaba a diario:
buscaba algo, ahora lo veo, como medio para calmar mi ansiedad y el incipiente
terror que llevaba escondiendo desde hacía tiempo en las mazmorras de mi
espíritu”, esta descripción resulta demoledora. A pesar de no considerarse un
alcohólico, relata que en un viaje en avión al consumir un whisky esto le llevó
a entrar en barrena, causándole una sensación de enfermedad y lobreguez
interior tan horribles, que al día siguiente se precipitó a la consulta de un
médico especialista en medicina interna. Y así es, cuando previamente no hay
estabilidad anímica un ligero whisky puede desestabilizar al mayor veterano de
lo bebedores.
Resulta bastante curioso el encuentro que
tiene con Romaind Gary y la actriz ex esposa Jean Seberg, comentándole que esta
sufre del mismo problema que él y que se encuentra a tratamiento con medicación
antidepresiva. Incluso reconoce la incapacidad para entender o acceder a la
esencia de la enfermedad. Y continúa
afirmando que “tanto la depresión de Camus-había estado leyendo El
mito de Sísifo-y ahora la de Romaind
Gary – y por cierto la de Jean-eran dolencias abstractas para mi, a pesar
de mi compasión”.
La actriz Jean Seberg se suicidó con una
sobredosis de pastillas y fue encontrada muerta en un coche aparcado en una
calle del centro de París, donde su cuerpo había pasado varios días. El
recuerdo de este suceso hizo que Styron
se sintiera dominado aún más por la tristeza.
Un año más tarde, y en un
encuentro con Romaind Gary recuerda
que ni siquiera entonces fue capaz de comprender la naturaleza de su angustia.
Cuando leí estas líneas, sólo pude comprender la falta de empatía de Styron con el dolor de su amigo ,debido a que
el mismo se encontraba en su mundo
depresivo.
El que fuera dos veces
ganador del premio Goncourt, un héroe de la República con la Cruz de Guerra por
su valor, definido como bon vivant y mujeriego
por excelencia, Romaind Gary acabó
sus días suicidándose de un disparo en la cabeza. Este suceso acentuó aún más
el espanto y la grave aflicción que atravesaba la vida de Styron, volviendo a preguntarse una vez más si merecía la pena
vivir.
A medida que se avanza en
la lectura de estas memorias sorprende la descripción tan sutil que realiza de
las distintas fases y afluentes que nutren la aflicción: “ahora estaba en el primer estadio, premonitorio, como
el destello de un relámpago apenas percibido, de la negra tempestad de la
depresión”. Más adelante, la ansiedad
le atenaza de tal forma que deja de escribir, y lo que con anterioridad era un
paseo agradable con su perro, en un día
apacible observando unos gansos en pleno vuelo, lo perturban sumiéndolo en un
temblor y no consiguiendo quitarse de la cabeza unos versos de Baudelaire ,un pasaje recuperado de un
lejano pasado que le habían estado rondando: “he sentido el viento del ala de
la locura”.
En su búsqueda de alivio acude a los fármacos y a la psicoterapia, sin embargo finalmente ingresa en un hospital y afirma
que esa fue su salvación, resultándole algo paradójico que en aquel sitio
austero, con puertas cerradas y alambradas y desolados corredores verdes,
encontrara el reposo, la calma en la tempestad de su cerebro, que no había
logrado en su tranquila casa de campo. Y así, lo que en verdad le curó fue el tiempo y la reclusión.
En esta lectura, de tanta intensidad dramática, no podía faltar la
explicación que se da el propio Styron de
su proceso depresivo. La propensión
a la enfermedad procedía de su padre que pasó la mayor parte de su vida
luchando como el dice contra la gorgona,
y además fue hospitalizado cuando él era un adolescente, en un proceso donde ve
semejanzas con el suyo, pero además la muerte de su madre cuando él tiene trece
años es el factor más significativo. El interpreta que había tenido un “duelo incompleto”, no logro alcanzar la catarsis del dolor y por eso lleva
en su interior en los años posteriores una insoportable carga, de la cuál la ira y la culpa y por tanto no solo la pena reprimida forman parte y devienen en simiente de autodestrucción. Cita la obra Autodestrucción en la Tierra prometida, del historiador
social Howard I. Kushner que
proporciona convincentes argumentos a favor del duelo incompleto y emplea a Abraham Lincoln como ejemplo. Kushner sostiene que las pérdidas
tempranas precipitan conductas
autodestructivas, pero también la persona implicada combate la culpa y la
ira y si triunfa lo hará sobre la pulsión
de muerte. Así, el escritor de ficción vence a la muerte a través de una
obra honrada para la posteridad, y como sostiene Styron si la teoría del duelo incompleto es válida y él opina que
lo es, uno continúa debatiéndose subconscientemente con una pérdida inmensa, a
al vez que se intentan superar los efectos devastadores y el hecho de no
haberse suicidado lo considera como un tardío homenaje a su madre.
Unas memorias de una belleza y contundencia
que nos estremece en los más hondo, ofreciendo eso si, el consuelo de la
esperanza.
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