Una temporada en las mazmorras
La publicación de Esa visible oscuridad del año 1.990
coincide en el tiempo con Las memorias
del sótano del gran actor Vittorio Gassmann
(1.922-2.000), ahora nos situamos en una Europa mediterránea, y así a lo largo
de unas doscientas y poco páginas Gassmann
describe cómo su crisis le llevó a buscar la ayuda de un psicoanalista y cómo
vivenció este proceso. Este hombre a pesar de no ser escritor consigue que la
lectura de esta memorias semejen una novela de aventuras, debido en parte a ser
una persona de infinita cultura y sabiduría, y también a saber administras
ciertas dosis de agudo humor. Incluso a veces, logra mostrase juguetón con el
lenguaje, como un niño, pero todo esto no lo realiza por frivolidad sino más
bien por su carácter eminentemente creativo.
Si hubiera que establecer
alguna similitud entre Styron y Gassmann además del padecimiento
sufrido, quizá el que ambos se recuperaron, el que Styron lo sufrió con 60 años y el actor italiano con 69, por lo
demás son episodios diametralmente opuestos.
El actor utiliza para
redactar sus memorias el seudónimo de Vicenzo
que nos desvela en el comienzo, cuando le entrega a su editor un manojo de
folios; a partir de ahí, nos adentramos en la vida de un hombre que se niega a
aceptar los inevitables signos de la vejez, pero que sin embargo mantiene los
fogonazos de un carácter vividor y eminentemente mediterráneo en sus costumbres
y en las formas de relación social. Sin embargo, hay descripciones que
demuestran como este hombre se iba derrumbando: “ Vicenzo que era el mismísimo paradigma de la comunicación se había
roto en su interior, habla pero no comprende”.
Los capítulos a pesar de su
brevedad poseen una calidad literaria excelente, y en ellos encontramos desde
una curiosa clase de inglés con su hijo Antonio de ocho años, así como los
escritos a modo de cuentos o relatos y reflexiones que le envía al
psicoanalista, permitiéndose el lujo de enviárselo con las tachaduras
pertinentes.
Describe una clase de
teatro que el imparte mostrándose más bien poco o nada convencional a la hora
de enseñar teatro, y a continuación asistimos a una dura sesión con el
psicoanalista donde vemos el otro rostro
de la depresión, una ira desatada
donde duda que el psicoanálisis le pueda ayudar. Pero como anteriormente dije,
también tiene cabida el humor, y donde está el epicentro del mismo es en el
capítulo titulado: matar el tiempo, dice así: “ aquel miércoles por la mañana
la rata se había apaciguado en los recovecos del corazón. Vicenzo sintió al despertarse un entumecimiento agradable que, sí,
participaba de la rabia del siroco al acecho de la jornada, pero que inducía
también a agradables disposiciones a la pereza y la distracción”.
Y así con esta actitud Vicenzo acude al instituto donde
estudiaba a ver la lista de aprobados y reflexiona: “quizá los años de la
escuela habían representado el único período en el que el tiempo estaba
completamente ocupado, y el alma satisfecha con las más fútiles distracciones,
sin el ansia de encontrase nunca cara a cara con una hora vacía de obligaciones
y por consiguiente portadora de la blanca angustia crónica: mantenerse ocupado,
resistir el tiempo que pasa”. Al leer
esto inmediatamente acudió el recuerdo del escritor Hermann Hesse (1.877-1.962), quién sufrió de diversas crisis, en la
adolescencia y en la mediana edad. Estuvo psicoanalizándose con J. B. Laing uno de los discípulos de Jung y parece ser que esto le influyó
decisivamente en su obra Demian (
1.919). Tuvo un intento de suicidio a los 14 años, y más tarde cumplidos los
cuarenta y seis en la crisis anterior a la redacción de El Lobo estepario. Hesse
decía que no estaba seguro de sobrevivir a sus conflictos internos, sin embargo consiguió encarar la vejez con
cierta dignidad y llegó a reconciliarse con la vida. Se puede decir que el libro
Elogio de la vejez de Hesse, es la antítesis de Las
memorias del sótano de Gasmann.
Sin caer en los fáciles
tópicos de la vejez, Hesse describe como
la contemplación de la naturaleza, la sabiduría de uno mismo y la experiencia
del paso de los años, son las mejores armas que el hombre posee frente al
inevitable proceso de envejecer, en definitiva un texto que además de contener
poemas de una gran belleza, en manos del malhumorado Gassman quizá le hubiera aportado cierto consuelo.
En las culturas antiguas se
sostiene que el hombre no puede alejarse de la naturaleza por que sino enferma,
y así hasta el mismo psicoanalista que trabaja con Vicenzo le recomienda: “procure estar en contacto con la
vegetación, apoyar la cabeza en un árbol relaja y repone energías”. Esta
relación con los árboles es tan lejana que probablemente se pierde en la noche
de los tiempos, pero quizá quien más utilizó al árbol con fines terapéuticos
fue el gran Franz Anton Mesmer en el
siglo XVIII que pretendía curar la melancolía de sus pacientes histéricas. Su
procedimiento consistía en atar a un árbol a las pacientes en plena tormenta, a
la espera de la caída de un rayo, un electroshock arbóreo que se supone les devolvería
la salud. El escritor alemán Peter
Sloterdijk lo explica maravillosamente en El árbol mágico.
Pero volviendo nuevamente
al periplo vital de Vicenzo; él que
se consideraba el paradigma de la comunicación, se había roto en su interior
para no comprenderse. Así se describe: “mi inteligencia es una nuez seca, en
cuya pulpa hormiguean mil semillas de imbecilidad”. El autoodio, que también plasmo Styron,
vuelve a estar presente en el tormento de Vicenzo.
Cuando su estado de salud
le permite cierta tregua aprovecha para así evitar caras desconocidas, y a la
vez se permite reflexionar sobre las relaciones humanas, llegando a preguntas
como: “¿ seguía siendo capaz de conocer de verdad a los demás? Un mundo vacío
en el que la abundancia de los muñecos parlantes no mitigaba su desdichada
soledad”. La experimentación del vacío,
la soledad más abrumadora, así como
el sinsentido de la vida son
aspectos consustanciales que nutren a la depresión
como las miasmas a las aguas pantanosas. Pero además se aburre en las reuniones
familiares, le aburren las personas, sus gestos, todo es un aburrimiento cósmico y no pretende
acabar con él. Al leer estas páginas, no pude evitar recordar a quién más
certeramente diseccionó el aburrimiento, el escritor ruso Joseph Brodsky ( 1940-1996) que impartió una Conferencia de
graduación en Darmouth College en el año 1.989 cuyo título: “Elogio del aburrimiento”, constituye
toda una declaración de principios acerca de aquello que todo ser humano va a
experimentar inevitablemente a lo largo de su vida. El mérito de Brodsky consiste en hablar del
aburrimiento a los recién licenciados y filosofar sobre el mismo, “ese Sáhara
psicológico que comienza en vuestro dormitorio y no reconoce límites.” “Cuando
os golpee el aburrimiento id a por él. Dejad que os inunde; sumergíos, tocad
fondo. En una situación desagradable, la regla es tocar fondo cuanto antes para
volver con más rapidez a la superficie. De lo que se trata, es de dar un repaso
a fondo de lo malo. La razón de que el aburrimiento merezca tal escrutinio es
que representa al tiempo en toda su pureza, en todo su repetitivo, superfluo y
monótono esplendor. Por decirlo así, el aburrimiento es vuestra ventana al
tiempo, a esas características del tiempo que uno tiende a pasar por alto para
no poner en peligro su equilibrio mental”. Este Vicenzo en plena crisis
existencial se ha asomado al tiempo y ha experimentado el aburrimiento en
su totalidad, y no sólo no consigue salir de ese estado, sino que decide
instalarse ahí, a sentir la densidad del tiempo como quien observa una ampolla
de un reloj de arena y ve la vida vivida y el resto del poco tiempo que le
queda.
Así pues, a pesar de haber
creado una extensa familia, Vicenzo
tiene un conflicto no resuelto con su hija Olivia
que vive en los EE.UU y con la que tiene poca relación. La parte final del
libro está dedicada a intentar resolver la relación que mantiene con Olivia. Sin embargo, antes de abordar
este tema este hombre abrumado de melancolía
dedica un capítulo memorable : “anábasis y catábasis” a indagar cómo sería
su vida ultramundana. Donde llega a haber hasta un diálogo telefónico entre el
analista y los jefes siderales. Y una vez que comienza a imaginar su entierro,
al unísono se lamenta de las muchas ocasiones en las que hubiera podido obtener
placer de los regalos de la naturaleza, se riñó por haber pasado por alto las
albas doradas, las combinaciones de la flora, las caricias del sol y del
viento. En definitiva, por no haber saboreado la vida en todas sus variantes y
matices.
Una vez narrada y vivenciada
esta experiencia ultramunda que raya lo psicótico,
Vicenzo se va vivir sólo, cambiando
de vida, abandona su familia y se instala en una casa, donde curiosamente el
arquitecto que la diseña reproduce la misma forma que la sala de espera de la
consulta del psicoanalista. Comienza a escribir un ensayo y come a diario en
una tratoria donde se siente como en su segunda casa, al mismo tiempo continúa
con su psicoanálisis y así llega un momento en que se considera curado,
afirmando: “la palabra es una flecha: síguela y te encontrarás a ti mismo. Ha
sido duro pero me he encontrado”.En definitiva, unas memorias realmente
conmovedoras.
Cuantas sugerencias, Eduardo, tanto de autores como de temas: la vejez, la naturaleza, el aburrimiento, la soledad, la memoria, la palabra, el sentido, en suma, de nuestra existencia. Cuantos libros que me gustaría leer. Esta es una entrada para guardar.
ResponderEliminarUn abrazo.