Otros hábitos otros tiempos
Cuando los cines estaban en
las ciudades, y no en el extrarradio, dentro de las grandes superficies
comerciales, sucedía que paseando por la calle, o de camino al trabajo, o los
estudios, uno podía ver los carteles de las películas varias veces antes de
decidirse; su presencia dentro de la ciudad conseguía que entorno a él vivieran
bares, cafeterías, pubs e incluso bocaterías o pizzerías, pero además generaba
unas relaciones sociales más fluidas y fáciles, pues la propias colas del cine
se hacían obviamente en la calle y así convivían y coincidían los que pasaban
por ahí, de camino, con los que hacían
cola y así era más posible los encuentros casuales con amigos y conocidos e
incluso por la longitud de la cola uno se detenía -aunque fuera por mera
curiosidad- para averiguar que película suscitaba tanta afluencia. Además, si
eras asiduo lo más probable es que quién trabajaba en la taquilla, o el
acomodador, se permitían hacer algún comentario sobre la película.
La propia entrada estaba
hecha de cartón y tenía cierta consistencia, con cuerpo, a veces si te gustaba
la película invitaba a ser guardada por los menos durante un tiempo. Los
horarios eran más humanos en sesiones de tarde y noche. Las películas estaban
varias semanas en cartel de forma que no había prisa por ir a verla, e incluso
dejabas que estuviera un tiempo para que algún amigo o conocido te diera su
opinión y así decidirte a ir. Probablemente irías al cine caminando y te
identificabas con los bares y cafeterías próximos, porque acudías a ellos antes
o después del cine, e incluso podían ser el lugar de encuentro para quedar con
alguien antes de ir.
Todo lo narrado hasta aquí
no lo realizo desde un tono nostálgico- que quede claro-, es una descripción de
lo hace unos años era acudir al cine, que tenía más que ver con un acto social
y cultural que en la actualidad. Y ¿por qué? Porque los cines -pues son varias
salas- donde emiten diferentes títulos, están ahora ubicados en el centro comercial,
quiere decir que de entrada la presencia física del cartel ni la conoces,
probablemente te enteras de lo que allí ponen a través de Internet, aunque a
veces el periódico te da una información de un horario e Internet otro muy
distinto. Y acudir al cine, en un centro comercial, para muchas personas es un
acto que se realiza después de hacer la compra dentro del mismo centro, como
actividad de relleno de tiempo, o porque ya que se está allí se va.
Cierta magia del cine murió
enterrándola en las grandes superficies comerciales, pues esa fábrica de sueños
ahora semeja más una pesadilla.
Ahora
al acudir a ver una película casi seguro tienes que coger un medio de
trasporte, la relación con quien te expende la entrada es prácticamente
inexistente, a veces no existen ni colas ya que muchas personas sacan las
entradas por Internet, el trabajo de acomodador no existe y es menos probable
el encuentro con amigos y conocidos que cuando el cine estaba en plena ciudad.
La
entrada se parece al tiket de la compra en formato y letra, así que muchas
veces es indescifrable. Todo parece un mero acto de consumir cine. Incluso
ciertas películas de buena calidad tienen menos pases y desaparecen pronto de
la cartelera, a veces reduciéndolo a uno o dos pases la día. Hay más variedad
de películas, pero menos cine, más abundancia y menos calidad.
Lo
que han matado ha sido parte de su magia y cierto ritual que existía al acudir
a un cine en la propia ciudad. Como sostiene Gilles Lipovestsky y Jean Serroy
en su ensayo: La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo
artístico: “al ser un sistema más dominado por un ánimo del lucro sin otro fin
que el mismo, la economía liberal ofrece un aspecto nihilista cuyas
consecuencias no son únicamente el paro y la precarización del trabajo, las
desigualdades sociales y los dramas humanos, sino también la desaparición de
las formas armónicas de vida, la evaporación del encanto y del gusto de la vida
en sociedad, un proceso que Bertrand de Jouvenal llamaba pérdida de
amabilidad”. Porque precisamente lo que
se ha perdido es la amabilidad, parafraseando la famosa frase de Blade Runner:
“ yo he visto cosas que vosotros no creerías. He visto inmensas bolsas de
palomitas más allá de Orión. He visto brillar pantallas de móvil y tablets en
los momentos más cruciales de una película. Todos esos momentos se perderán en
el tiempo como el sudor en la lluvia. Es hora de reír”.
Porque
lo realmente interesante es que todo esto no parece molestar a nadie, se vive
con un grado de tolerancia inimaginable.
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