David Le Breton. Desaparecer de sí. Una
tentación contemporánea.
Editorial
Siruela 2.016
Con una prosa fluida y
lucidez en sus planteamientos, el autor David Le Breton antropólogo y autor de
entre otros libros Elogio del caminar, nos explica porque hay momentos
en nuestra vida en los que deseamos huir, de irnos por un rato, esa “tentación
contemporánea” que es la ausencia, la desconexión, el decir adiós a lo que nos marca la cotidianidad en
nuestras vidas.
A lo largo de seis
capítulos aborda las diferentes formas de desaparecer. En el prólogo, que más
bien llama umbral, utiliza el término blancura para referirse a: “un estado de
ausencia de sí más o menos pronunciado, a un cierto despedirse del propio yo,
provocado por las dificultades de ser uno mismo. En todos estos casos lo que se
quiere es reducir la presión. La blancura responde al sentimiento de
saturación, de hartura, que experimenta el individuo. Entre el vínculo social y
la nada, dibuja un territorio intermedio, una manera de hacerse el muerto por
un momento.”
Realiza un recorrido de una
antropología de los límites en la pluralidad de los mundos contemporáneos,
inscribiéndose en una exploración de lo íntimo cuando el individuo se deja
llevar, sin querer por ello morir, o cuando se inventa medios provisionales de
desaparecer de sí mismo. Las condiciones sociales –sostiene David Le Breton-
están siempre mezcladas con condiciones afectivas, y son estas últimas las que
inducen por ejemplo las conductas de riesgo en los jóvenes, en un contexto de
sufrimiento personal, o las que provocan la depresión y sin duda la mayoría de
las demencias seniles.
Llega a afirmar, que el
enfoque de los psicólogos frecuentemente – aunque no todos- no tiene en cuenta
el trasfondo social y cultural, el de la sociología pasa por alto los datos más
afectivos, considerando a los individuos como eternos adultos, sin infancia, ni
inconsciente. La compresión sociológica y antropológica de la diversidad de
mundos contemporáneos, puede reconquistar la singularidad de una historia personal,
al cruzar la trama afectiva y social que envuelve al individuo y, especialmente
los significados que alimentan su relación con el mundo. Esa es la tarea de
este libro.
En el capítulo dejar de ser
persona, expone como ejemplo de blancura de vivir al ralentí o incluso en una
suerte de postura de desapego absoluto, el caso clínico que refiere Pierre
Janet a principios del siglo XIX, ciertos pacientes devorados por el
sentimiento de vacío, que no sufren por nada, no se interesan por nada, pero no
sufren. Aunque los hombres y mujeres así, en esa época, todavía eran una
rareza.
Desaparecer en cualquiera
de sus múltiples posibilidades ha sido y es un tema recurrentemente literario:
Melville, Mankell, Pirandello, Simenon, Walser.
En la literatura de Paul Auster
casi siempre está presente el tema de desaparecer, pero a veces, es el propio
escritor quien en su vida lleva a cabo un aislamiento de mayor contundencia que
cualquier personaje creado por la imaginación, como es el caso de la vida de
Emily Dickinson quién con 30 años decide optar por no salir más de su casa,
sería un caso de “soledad ontológica”.
Me ha llamado la atención
que no se mencionara al escritor Charles Bukowski, quién en su autobiografía Pelando a la contra narra las múltiples
veces en las que optar por aislarse y buscar la soledad ( de la que se
alimentaba), aunque bañándola en alcohol, es la mejor opción para no ser
engullido por el sistema, y como quedarse una temporada en la cama es la
solución según él para casi todos los males.
En las maneras discretas de
desaparecer, el capítulo 2, menciona como la compulsión del sueño es una manera
de escapar a las dificultades de ser uno mismo.
El sueño como refugio
profundo, un camino para darle la espalda a los caminos del mundo. Dormir para
no pensar, no decidir, un truco para eludir el reto de tener que asumir su
existencia en todo momento.
Realiza un somero análisis
del juego japonés pachinko, que lo
define como una forma lúdica y banal de disipación del propio yo en la vida
cotidiana. Se trata de lugares socialmente legítimos para la disolución
provisional de la identidad, sin abandonar por ello el vínculo social. Rodeado
de gente, pero en la soledad más absoluta el jugador se ausenta, durante un
rato sumido en una punzante repetición de los mismos gestos. Se pierden en una
actividad hipnótica que los apasiona.
La fatiga deseada sería una
supresión provisional por cansancio. Consciente o inconscientemente el
individuo busca embriagarse de fatiga par liberarse de sí e interrumpir el
flujo del pensamiento. Sin la actividad del espíritu, el individuo se disuelve.
“Estoy muerto” dice el hombre agotado.
Menciona el burnout, las
distintas depresiones y las personalidades múltiples donde señala que el
cineasta David Lynch hizo de este síndrome la base de películas de culto como Carretera perdida ( Lost Highway,1.997) o
Mulholland Drive (2.001) aconsejables si se quiere experimentar
sensaciones de desasosiego y angustia.
Y para cerrar esta capítulo
se realiza la inmersión en una actividad que requiere una máxima concentración
como es el ajedrez, centrándose en la novelad de V. Nabokov La defensa.
Hubiera sido interesante
que se mencionara al jugador de ajedrez Bobby Fischer, como máximo exponente de
vida real centrada exclusivamente en el ajedrez y las consecuencias que le
acarreó en su salud mental, así como la
huída tanto de los medios de comunicación, como de sus delirios de persecución
según él por parte de la CIA. Huir para después reaparecer e imponer las
condiciones de jugar otra vez al ajedrez, considerándose el maestro absoluto
del juego.
Las formas de desaparición
de sí en la adolescencia, es el título del tercer capítulo y el que me parece
más interesante.
Analiza las conductas de
riesgo de los adolescentes, desde el uso de psicofármacos para aliviar la vida
entera en una esperanza mágica de resolución de todos los males. Hasta la
velocidad en la carretera par escapar de sí mismos. Pasando por el vagabundo
del espacio y de los okupas, nómadas liberados de toda responsabilidad. Intentan
fundirse con la calle, disolverse en el espacio, y se ayudan de numerosos
productos psicotrópicos comenzando por el alcohol que induce un estado de
flotamiento, una dilución justamente del sentimiento de identidad.
Los autores Florence
Golberg y Philippe Gatton hablan acerca de estos jóvenes vagabundos (que a
veces envejecen sin haber podido encontrar un lugar para instalarse) de una
“adicción al espacio”. Consumen carretera, se inyectan indefinidamente espacio.
La identidad asociada a su historia les resulta insoportable, la indiferencia
de la calle les induce paradójicamente un sentimiento de menor vulnerabilidad.
El vagabundeo es una manera de distanciar el fuero interno demasiado doloroso.
Volcarse en el espacio
evita la dificultad de vivir sus propios pensamientos.
En la novela Ciudad de
cristal de Paul Auster, el protagonista descubre el vértigo del vagabundeo,
algo que el propio autor Auster también reconoce haber practicado de joven en
sus largas caminatas por la ciudad de Dublín.
Analiza el caso de Chris McCandless
el joven que abandona sus estudios,
familia y civilización para ir a Alaska dejando atrás las obligaciones sociales
y la hipocresía que según él impregnan todas las relaciones humanas.
Deslizarse por el infinito
de lo virtual es algo practicado por una cantidad de población que se sumerge
por horas en el Second Life o videojuego donde en estos universos virtuales se
corre el peligro de desatender la vida
real y poder desarrollar las habilidades sociales y las experiencias necesarias
para crecer como adulto.
Jugar para no afrontar la
dura realidad. El extremo del juego es el Hikikomori en Japón, el filtro es el
ordenador y se retiran a su habitación evitando toda relación social.
También se detiene en la
anorexia y en el colocón como búsqueda de coma, o forma deliberada de ausencia.
Beber sin límites, ya no para alcanzar la embriaguez, sino para acceder más
rápidamente al olvido, dimitir de sí mismo. Beben para adceder directamente a
una blancura más o menos controlada, desean desaparecer por un rato y lo más
rápido posible.
Analiza el contramundo de
las sustancias psicoactivas y la aspiración al síncope en los juegos de
asfixia. Experimentación o juego con la muerte por cansancio, agotamiento de
ser uno mismo, breve tentativa de evasión a otro mundo bajo una forma lúdica;
esta disolución de sí es un punto de atracción de estos juegos de
estrangulamiento.
En el cuarto capítulo
analiza el proceso de envejecer que no es una cuestión de edad sino de relación
con el mundo. Y el alzheimer como forma en el que el propio sujeto desaparece.
Un capítulo realmente
interesante es el que aborda las personas que desaparecen sin dejar dirección,
aquellos que se ausentan y rompen con su pasado, sus vínculos. Incluso como se
organiza la propia desaparición para así renacer en otro lugar bajo una
identidad distinta y así recomenzar una vida desde cero.
La pretensión del autor es
identificar algunas formas de supresión de sí en el contexto de nuestras
sociedades en las cuáles la vida es menos dura que antes, pero la tarea de ser
individuo es más complicada para un gran número de personas.
La blancura es quizá una
fuerza, una energía a la espera de su inminente aplicación. En definitiva, la
escritura, la lectura, la creación en general, el caminar- tan sabiamente
estudiado por este antropólogo- el viaje, la meditación, son lugares en los que
nadie tiene ninguna cuenta que rendir, en los que se accede a una suspensión
feliz y gozosa de sí. Medios deliberados de reencontar la vitalidad, la
interioridad y las ganas de vivir.
En definitiva, un libro
recomendable para todo estudioso del comportamiento en general y para
cualquiera que pretenda comprender por
qué tanta gente siente esa “necesidad de ausencia.”
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