De la lipofobia a la vigorexia pasando
por Pokémon
A medida que la tecnología penetra más en nuestras
actividades cotidianas, los hábitos de comida y de sueño -por poner sólo dos
ejemplos- más se modifican. Ahora, a nadie le resulta extraño que dos personas
que comen juntas estén consultando la pantalla de sus móviles en silencio, la
conversación cada vez es menor y una excelente excusa para evitar hablar de
verdaderos problemas, de lo importante, o simplemente escuchar de forma atenta
al otro.
En muchos países anglosajones, los cursos más
demandados por jóvenes venteañeros son los de aprender a conversar de forma
real no virtual, algo que puede resultar
asombroso, pero que no lo es, puesto que crecieron hablando- chateando- entre
sus iguales.
En las comidas, una de las conversaciones más
recurrentes parece ser el hablar sobre lo que se come en términos de calorías,
y es que pensar en términos de calorías es sintomático del miedo a engordar, y
de ahí la fobia a la grasa en esta sociedad de superabundancia. Así pues, por
un lado la atención y el disfrute de la comida está divido en atender al móvil-
probablemente hablando de lo que se come y con quien- y por otro sintiéndome
mal por lo que como, y quizá pensando en el esfuerzo en el gimnasio para
“quemar” como ahora se dice la grasa. Cuando realmente está científicamente
demostrado que un ligero sobrepeso es síntoma de buena salud, sin embargo, hace
tiempo que los ideales de perfección y
delgadez cotizan a la alza como el no va más de la belleza. Como siempre
confundiendo forma con fondo. Pero además del pavor a la grasa, está la
necesidad, más acentuada en el hombre, de estar musculado como muestra de
narcisismo. Aquí se une, o más bien se entrelaza la estética, la moda y la
epidemia de narcisismo, pues la televisión nos hace parecer más gordos, aproximadamente
entre 3 y 5 kilos y claro ahora la gente aparece en sus selfies, en sus redes
sociales, en fin en las pantallas y esto acentúa aún más si cabe su
preocupación por parecer gordo. El
cuerpo como lugar sobre el que trabajo continuamente, preocupándome y
ocupándome de lo que como, las calorías, las proteínas que ingiero ( uno de de
las franquicias más extendidas en las ciudades es la venta de proteínas por
botes, principalmente para deportistas de gimnasios, el otro las teterías donde
lo que más se vende parece ser son infusiones o productos adelgazantes )
Las mujeres delgadas y los hombres musculados por
supuesto, pero que sucede con los niños, pues por un lado hace unos meses se
hablaba en los medios de comunicación que según varios estudios los niños, (no
recuerdo que porcentaje pero era resaltable), presentaban problemas de
obesidad, debido fundamentalmente a sus hábitos de ocio- móviles- pantallas
etc… pero además, al poco tiempo, salió la noticia de que una profesora
escocesa, con sólo obligar a los niños que acudían a su colegio en autobús a
que se bajasen varias paradas antes para ir caminado al colegio esto repercutía
–al cabo de un mes- en una bajada de peso considerable. Una supernany escocesa
que simplemente introdujo el sentido común. Pero que ocurre con los niños que
son inquietos, esos que no paran y que ni siquiera se enganchan al Pokemon,
pues que se les diagnostica de hiperactivos y además se les da metilfenidato
para tenerlos tranquilos y que no molesten, y además así el problema es del niño
que no para, no de cómo lo educan los padres.
Este verano lanzaron al mercado el juego Pokémon, -que
tanto dio que hablar- y según opinión del director de cine Oliver Stone él
afirmó que era una nueva forma de control social y manipulación a la infancia.
Algo de cierto debe de haber en esta afirmación cuando hace unas semanas que
este director estrenó su última película Snowden, sobre el Big Data y como nos
tienen más que vigilados y controlados.
Así pues, los adultos huyendo de la grasa como de la
peste, y la población infantil la que no está dopada, se la persuade para que
continuamente esté en juegos en línea, pero a la vez esto contribuye a que engorde,
con lo cuál las contradicciones de esta sociedad de consumo son grandes y
variadas y la perversión continúa creciendo, pues de esto se nutre. Mientras la
omnipotencia del tecnicismo es el nuevo opio del pueblo, el hombre medio tendrá que habituarse a
convivir con el jabalí en la ciudad; probablemente no tardando mucho se le
obligará al jabalí a que este adelgace y se depile. Por de pronto, en estas
navidades no olvide sentar a un jabalí en su mesa y prométale para Reyes un
Iphone, mientras bájese un programa que le dice las calorías que tiene un
trocito de turrón y aproveche para cambiarse de gimnasio que el otro mola más y
tiene wifi.
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