domingo, 25 de mayo de 2014

 Prioridades: 0  Sinsentido: 3


Va siendo hora que los ciudadanos de Oviedo empiecen a recaudar dinero para erigir una escultura al personaje de la calle Manolín el gitano, sí, ese que todos conocemos y que además no hace mucho tiempo en las redes sociales lo habían matado, pero mira tú por donde estaba vivo y bien vivo, aunque eso sí reapareció con más vendas y cojeras; sin embargo el verbo, su verbo, seguía igual de ágil pues cuando te pide y no les das nada la rapidez de sus insultos y tacos semeja la metralladora de Chuck Norris. Pues bien, habrá que empezar a dividir los dineros para la escultura de Manolín y claro está para la de Rufo, el perro que fue vagabundo cuando a los perros se les permitía ser vagabundos, allá por los años 80 creo recordar. A Rufo todo el mundo le daba algo de comer, así que estaba gordo y perezoso, pero la verdad que era un cruce de can de lo más cariñoso y buscador de caricias, todo hay que decirlo, llegó incluso a tener un compañero de andanzas Rufo II (por supuesto ) y estaba donde había gente, si era de noche estaba en el antiguo, y por el día sus paseos eran por el centro, y así sin meterse con nadie ni con nada, transcurrió su existencia perruna. Ahora que se pretende recaudar dinero para realizárle una escultura a Rufo habrá que pensar, y bien, donde se podrá ubicar pues opino que de esculturas ya estamos un poco sobrados y tampoco es para ir por la calle esquivando esculturas a todo trapo. También hay que empezara a sopesar la posibilidad- y ojala que se convierta en una realidad- de que los pobres gatos de la pista finlandesa-la ultima vez que anduve por allí llegué a contar 14, así que ahora habrá 17- puedan beneficiarse de una esculturas o mejor dicho una placa conmemorativa de que son gatos con pleno derecho de serlo y además pertenecientes a Oviedo. Pues bien, propongo una plataforma reivindicando que a los gatos de la pista finlandesa se los tenga en cuenta que para eso son gatos.

lunes, 12 de mayo de 2014

                            La estela de una caída


A veces, cuando uno está viendo una película que resulta interesante por el tema que aborda y la forma de tratarlo, te resulta inevitable pensar en el libro en el que estará basado; y así, después de mucho tiempo de haber visto Días sin huella de Billy Wilder del año 1945 que fue traducida como Un fin de semana perdido, uno se encuentra con una reedición de la novela de un  tal Charles Jackson. En ella se aborda el alcoholismo de un escritor en el Nueva York de los años 30 cuando se bebía whisky de centeno. Así pues, a medida que iba leyendo la novela entendía por que era tan autobiográfica ( el propio Jackson sufrió varias adicciones ), ya que describe toda la fenomenología del alcohólico con una crudeza y viveza que la narración a veces más bien semeja el diario de un auténtico descenso a los infiernos de la adicción. Me resultó sumamente curioso lo bien que está descrita la eterna lucha entre mantenerse sobrio unas horas y así poder ponerse a escribir, las mentiras, el llegar a robar y una vez cogido la vergüenza por la que pasa, así como cuando dice que: “estaba bebiendo y se apoderó de él un ataque de aburrimiento, de tedio tan pasmoso que apenas pudo mantenerse en pie”. Se habla de remordimientos, de cómo estuvo en terapia con un psiquiatra que no acabó de entender el por qué bebía, y se habla en definitiva de una vida que bordea abismos de locura y además de cómo pasa las interminables horas un alcohólico: “ murió mil muertes. Mucho peor que mil, era una sola muerte extendida en infinita tortura, una muerte que no moría. Morías y seguías muriendo”. O cuando se afirma que un trago es demasiado y cien demasiado poco. Pero el clímax de esta novela, ( que debería ser leída por todo profesional de la salud mental que se precie), llega en una descripción de lo que es un delirum tremens del protagonista Don Birnam, donde uno comprende una vez que escucha a algún paciente que lo ha sufrido, que esta experiencia sirve como telón de fondo de a donde es posible llegar, a unos confines de un horror que muchas veces sirven para que el alcohólico se mantenga sobrio.
Pero en esta novela no sólo hay sufrimiento, sino que también hay acertadas reflexiones sobre la vida. Además, hay que tener en cuenta que el autor Charles Jackson (1903-1968) con esta novela se consagró ya que fue un best seller de culto y que con ella Billy Wilder ganó un oscar.