lunes, 29 de mayo de 2017



                                   Y así nos va

Hace varias semanas, mi madre me volvió a contar por novena vez- o así-, la anécdota que le ocurrió cuando iba a llevar a su nieta a clases de taekwondo. De camino al gimnasio, se encontró con un adolescente que se colgaba de la rama de un árbol joven,  al ver la situación mi madre le dijo: “no ves que lo vas a romper”, e inmediatamente y sin inmutarse lo más mínimo le soltó el elemento en cuestión: “que quiere que la rompa a usted señora”; mi sobrina apretó la mano de su abuela, y entonces mi madre le soltó varias frases contundentes al sujeto, logrando ponerlo en su sitio. Esta situación, más allá de la anécdota, refleja la crisis de autoridad que se vive, donde ya casi no es noticia que un alumno se vuelva contra el profesor, o que un hijo atemorice a los padres, no en vano el programa de televisión Hermano mayor estuvo - y creo que sigue- durante mucho tiempo abordando casos, donde la falta total de autoridad de los padres ocasiona que su hijo esté consentido y se haga con el poder de la familia, invirtiendo las relaciones familiares. Las personas mínimamente sensatas se quejan que todos lo fines de semana se deteriora el mobiliario urbano: papeleras y bancos destrozados, pintadas en paredes y portales, botellones donde nadie hace por poner una solución; se filma en móvil como una joven estudiante es víctima de la paliza que le propinan otras compañeras, algo que hace varias décadas era impensable hoy ocurre a pesar de que se supone que hay más educación. No veo educación cívica por ninguna parte, más bien ciudadanos y bárbaros que conviven en un mismo espacio. La pregunta es ¿por qué no hay más jueces como Emilio Calatayud?
No pretendo ser un pesimista respecto a la situación de la adolescencia, sólo me acerco a averiguar que está pasando. Para mí vivimos en unos tiempos tan blandos y donde lo políticamente correcto inunda tanto el lenguaje como los comportamientos y con ello los castigos, que hace tiempo que se a perdido el sentido común- el más escaso-, y donde cualquier muestra de firmeza o dureza es tomada como sospechosa de fascismo.
No hace mucho, paseando por una ciudad ví una pintada en un edifico nuevo, en concreto en la puerta del garaje que decía: “Estamos realizado una fachada artística, por favor abstenerse de hacer grafittis”. Menos mal que el humor sigue bastante presente.

jueves, 4 de mayo de 2017



                                 Sin motivo aparente


Hay personas que tienen una vida en la que supuestamente no les falta de nada, pero aún así se encuentran mal- desanimados, infelices- cada cierto tiempo experimentan episodios de angustia o ansiedad, pero no logran entender a que se debe, y además ocurren con más frecuencia e intensidad en el tiempo. No entienden que la ansiedad o la angustia o la apatía prolongada son señales que les están indicando que “algo” va mal en sus vidas, y a veces, en lugar de entender que les está diciendo esas emociones, prefieren callarlas con el alcohol o psicofármacos, tapando momentáneamente o a corto plazo el problema principal y agravando la situación.
Muchas veces, el tener demasiados compromisos sociales o familiares y no saber decir que no a tiempo (como decía un amigo: estoy sometido a un bucle de compromisos sociales de los cuáles me es imposible salir) genera el que uno está permanentemente volcado en los demás; y el atreverse a decir no ocasiona que a familiares o amigos les parezca mal. Si además, la persona tiene un trabajo que sólo le sirve para estar a flote, donde no se siente realizado y el ocio es para recuperarse del trabajo y la familia, tenemos los condimentos necesarios para que la persona se encuentre mal. El atrever a preguntarse que desearía hacer con su vida, es un primer paso para dejar de autoengañarse, pero es necesaria cierta valentía y estar abierto a cambiar. “Que la vida iba en serio/uno lo empieza a comprender más tarde”, dijo en Las personas del verbo Jaime Gil de Biedma.
La contradicción entre lo que se posee y lo que verdaderamente se necesita, entre las expectativas personales y la realidad, dan lugar a continuas frustraciones de las que es necesario escapar. Recuerdo la magnífica película de Sam Mendes American Beauty donde el protagonista interpretado por Kevin Spacey dice:
 “ lo  peor de todo no es que de hecho las cosas vayan mal, sino el no darse cuenta de cuándo empezaron a ir mal, de en qué momento las líneas maestra de la felicidad empezaron a quebrarse”.
Se puede decir que la vida que tiene sentido es la de aquel hombre que ha ganado la libertad suficiente como para poder discriminar lo importante de lo insustancial, habiendo aprendido con ello a saborear la belleza de “las pequeñas cosas”.
En el libro: Cine con sentido. Escapando de Matrix, de Javier González y Laura Díaz  se afirma respecto a la película anteriormente citada American Beauty, pero que vine al caso para las situaciones que al principio de este artículo hablaba que: hay un simple pero trascendental paso que separa la actitud del hombre-autómata, incapaz de construirse como verdadero protagonista de su vida, de la del hombre libre que encara su travesía vital sin dejar engatusarse por sucedáneos, por falsas apariencias, por las estúpidas lucecitas de la sociedad de consumo, por las ideologías ajenas que hipotecan nuestra felicidad y nos alejan de las verdaderas fuentes del sentido, tan cercanas a nosotros y tan ocultas. Sólo de esa manera el “vivir” adquiere un sentido, cuando menos tolerable, sólo así la vida puede llegar a ser algo valioso. “ La vida no debe ser una novela que se nos impone, sino una novela que inventamos”, dijo Novalis.