viernes, 29 de abril de 2016

Otros hábitos otros tiempos



                              Otros hábitos otros tiempos

Cuando los cines estaban en las ciudades, y no en el extrarradio, dentro de las grandes superficies comerciales, sucedía que paseando por la calle, o de camino al trabajo, o los estudios, uno podía ver los carteles de las películas varias veces antes de decidirse; su presencia dentro de la ciudad conseguía que entorno a él vivieran bares, cafeterías, pubs e incluso bocaterías o pizzerías, pero además generaba unas relaciones sociales más fluidas y fáciles, pues la propias colas del cine se hacían obviamente en la calle y así convivían y coincidían los que pasaban por ahí, de camino, con los  que hacían cola y así era más posible los encuentros casuales con amigos y conocidos e incluso por la longitud de la cola uno se detenía -aunque fuera por mera curiosidad- para averiguar que película suscitaba tanta afluencia. Además, si eras asiduo lo más probable es que quién trabajaba en la taquilla, o el acomodador, se permitían hacer algún comentario sobre la película.
La propia entrada estaba hecha de cartón y tenía cierta consistencia, con cuerpo, a veces si te gustaba la película invitaba a ser guardada por los menos durante un tiempo. Los horarios eran más humanos en sesiones de tarde y noche. Las películas estaban varias semanas en cartel de forma que no había prisa por ir a verla, e incluso dejabas que estuviera un tiempo para que algún amigo o conocido te diera su opinión y así decidirte a ir. Probablemente irías al cine caminando y te identificabas con los bares y cafeterías próximos, porque acudías a ellos antes o después del cine, e incluso podían ser el lugar de encuentro para quedar con alguien antes de ir.
Todo lo narrado hasta aquí no lo realizo desde un tono nostálgico- que quede claro-, es una descripción de lo hace unos años era acudir al cine, que tenía más que ver con un acto social y cultural que en la actualidad. Y ¿por qué? Porque los cines -pues son varias salas- donde emiten diferentes títulos, están ahora ubicados en el centro comercial, quiere decir que de entrada la presencia física del cartel ni la conoces, probablemente te enteras de lo que allí ponen a través de Internet, aunque a veces el periódico te da una información de un horario e Internet otro muy distinto. Y acudir al cine, en un centro comercial, para muchas personas es un acto que se realiza después de hacer la compra dentro del mismo centro, como actividad de relleno de tiempo, o porque ya que se está allí se va.
Cierta magia del cine murió enterrándola en las grandes superficies comerciales, pues esa fábrica de sueños ahora semeja más una pesadilla.
         Ahora al acudir a ver una película casi seguro tienes que coger un medio de trasporte, la relación con quien te expende la entrada es prácticamente inexistente, a veces no existen ni colas ya que muchas personas sacan las entradas por Internet, el trabajo de acomodador no existe y es menos probable el encuentro con amigos y conocidos que cuando el cine estaba en plena ciudad.
         La entrada se parece al tiket de la compra en formato y letra, así que muchas veces es indescifrable. Todo parece un mero acto de consumir cine. Incluso ciertas películas de buena calidad tienen menos pases y desaparecen pronto de la cartelera, a veces reduciéndolo a uno o dos pases la día. Hay más variedad de películas, pero menos cine, más abundancia y menos calidad.
         Lo que han matado ha sido parte de su magia y cierto ritual que existía al acudir a un cine en la propia ciudad. Como sostiene Gilles Lipovestsky y Jean Serroy en su ensayo: La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo artístico: “al ser un sistema más dominado por un ánimo del lucro sin otro fin que el mismo, la economía liberal ofrece un aspecto nihilista cuyas consecuencias no son únicamente el paro y la precarización del trabajo, las desigualdades sociales y los dramas humanos, sino también la desaparición de las formas armónicas de vida, la evaporación del encanto y del gusto de la vida en sociedad, un proceso que Bertrand de Jouvenal llamaba pérdida de amabilidad”.  Porque precisamente lo que se ha perdido es la amabilidad, parafraseando la famosa frase de Blade Runner: “ yo he visto cosas que vosotros no creerías. He visto inmensas bolsas de palomitas más allá de Orión. He visto brillar pantallas de móvil y tablets en los momentos más cruciales de una película. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como el sudor en la lluvia. Es hora de reír”.
         Porque lo realmente interesante es que todo esto no parece molestar a nadie, se vive con un grado de tolerancia inimaginable.