sábado, 22 de agosto de 2020

                       La pérdida de lo cotidiano

 

Hijos que visitaban a sus padres en la residencia y los besaban y los abrazaban, niños que iban como cada día a los colegios y al ver a los amigos  se  saludaban, amigos que hace tiempo que no se ven y encontrándose en la calle  se abrazan. Todos estos pequeños rituales cotidianos, simples gestos instalados en nuestro día-día ahora mismo no están. Tal parece que el año 2020 nos cogió con el pie cambiado.

   Una vez que se ha pasado lo peor del desastre sanitario de la pandemia se llega a una situación que han dado en llamar: “nueva normalidad”, pero que prefiero denominar: el regreso a la antigua crisis del sistema, pero con el añadido que ahora nos han quitado una parte consustancial al ser humano y que nos define como tal, y que son las formas de saludarnos, ahora ya con los codos, (esperemos que sea temporal). Atrás queda el abrazarnos (no en vano cuando hay un abrazo los corazones están próximos), como cuando estrechamos la mano ese contacto permite que las miradas sean más cercanas; el confinamiento unido a la necesaria (por supuesto) distancia social, ha conseguido que el centro de las relaciones personales sea más bien  la coronación de la tecnología.

Por cierto, en Pamplona ya hay un robot, Alexia, que atiende en las terrazas para evitar contagios, olvídense de hablar con el camarero, mejor hable con la máquina, que seguro tiene tema de conversación para rato; incluso cabría preguntarle si está satisfecho con el trabajo que realiza quitándoselo a un humano.

 Los libros que abordan la situación que ya hace tiempo estamos viviendo hablan de tecnopersonas como una hibridación donde el prefijo tecno redefine a un nuevo humano, donde la mezcla de inteligencia artificial, y la implantación, en casi todos los ámbitos, de la tecnología digital, ha conseguido redefinir un nuevo ser menos humano, más próximo a una máquina o no se sabe bien a qué; el filósofo Javier Echevarría titula su último ensayo Tecnopersonas. Como las tecnologías nos trasforman, editado por Trea.

En fin, que la ciencia ficción más sobrecogedora ya está aquí para quedarse y  crear una realidad distópica donde todos pareceremos personajes de la serie Black Mirror, ese espejo negro que nos devuelve una imagen sobrecogedora. Este es un nuevo contexto y como tal produce unas nuevas formas en las relaciones humanas, aunque sea durante un tiempo mientras no exista vacuna, se supone. De lo que quiero hablar es de esa sensación de extrañeza que se produce cuando vemos a amigos, familiares o conocidos y al mantener la distancia el contacto visual cobra una mayor relevancia, no en vano era S. Freud el que decía que: “ la mirada es el sustituto civilizado del tacto.”Así pues, hay personas que saben sonreír con la mirada estando con la mascarilla, así como los hay que con verlos los sentimos igual de próximos que en el pasado mes de febrero, y sin embargo otros los seguimos sintiendo igual de distantes a pesar de verlos cerca. El tema es que los rituales como señala el filósofo coreano Byung-Chul Han en una reciente entrevista que no tiene desperdicio, permiten que los valores de una comunidad se asimilen corporalmente. Una idea cercana a la que tenía Pascal: “Si no crees, arrodíllate, actúa como si creyeras y la creencia llegará por sí sola.”  Los rituales anclan la comunidad en el cuerpo, sentimos físicamente la comunidad. Precisamente la crisis del coronavirus en la que todo se desarrolla digitalmente, echamos mucho de menos la cercanía física. Todos estamos más o menos conectados digitalmente, pero falta la cercanía física, la comunidad palpable físicamente. Es más, llega a decir Han: en los rituales el cuerpo es un escenario en el que se inscriben los secretos, las divinidades y los sueños. Pero es que el virus llega a consumar incluso la desaparición de los rituales. Los rituales poseen un factor de repetición, pero que es una repetición animada y vivificadora, no tiene nada que ver con la repetición burocrática-automática. Hoy en día dice Han vamos constantemente a la caza de nuevos estímulos, emociones y experiencias y olvidamos el arte de la repetición…”la vida intensa que actúa como reclamo del neoliberalismo no es sino consumo intenso.” Y es que probablemente de tanta búsqueda incesante de nuevos y variados estímulos, de una sociedad tan desequilibrada se llegó a esta situación.

Y mientras, este es un contexto muy propicio para que apelando a nuestra seguridad, a nuestra salud, se instale un nuevo orden,  un  New Deal pero no el de Roosvelt obviamente, incluso se habla de un giro datadísta, (Big Data), para así ejercer un control remoto de la salud, la educación, las relaciones personales; en fin, que tal parece que el virus solo precipitó lo que ya se venía fraguando de una forma gradual. Y frente a esto solo cabe una verdadera resistencia, que es recuperar esas formas de relación personal auténticas algo que ya escaseaba antes de todas esta catástrofe sanitaria, porque todo apunta, si pretender ser nihilista ni catastrofista, a que las relaciones humanas de momento parece que estén basadas en la desconfianza, como  aquel personaje de la película Blade Runner, J.F. Sebastian un diseñador genético que padece un trastorno de envejecimiento prematuro, y con el que el gran director Ridley Scott muestra la ausencia de relaciones personales auténticas como algo característico de ese futuro. Sebastian es un ser solitario sin amigos y cuya única compañía la forman los muñecos diseñados por él, (los  Alexia y compañía actuales); así pues, no parece que sea casual que este síntoma de decadencia futura y muy próxima reaparece en películas posteriores como el Juez Dredd, Inteligencia Artificial o Minority Report. El tema clave es si nuestra película actual, la que vivimos día a día, acabará bien, o más bien están diseñando un guión bastante retorcido. Esperemos poder verlo.