jueves, 21 de noviembre de 2019



               La nueva jungla urbana


Al salir a la calle hay que tener verdadero cuidado para que no te afeite un patinete eléctrico, esos artilugios silenciosos, pequeños y rápidos que funcionan a modo de anfibio entre las aceras y la carretera y donde la persona solo tienen que hacer el enorme esfuerzo de acelerar. Una vez superado esto, conviene esquivar, si se puede, lo que dejan los dueños de algunos perros, pues aunque Serrat nos diga en la canción que pisar mierda nos trae buena suerte, por lo que a mi respecta solo me ocasiona algún que otro taco repetido. Después hay que tener cintura para no tropezar con los que te cruzas que viene consultando el móvil, esta situación me recuerda la canción del grupo de los años 80 Radio Futura “el futuro ya está aquí”, con la particularidad que al caminar mirando hacia abajo, nos olvidamos no sólo de hacia donde vamos, sino que además, de lo que nos vamos encontrando en el camino, casi nada. En la novela “Lágrimas en la lluvia” de Rosa Montero, en un futuro distópico no muy lejano, se recrea un  Madrid que tiene en las propias aceras pantallas incrustadas donde continuamente se emiten las próximas alertas climáticas, el clima está totalmente desbocado y es necesario estar al tanto para la propia supervivencia. Igual es que hay que mirar hacia abajo por si el peligro llega de allí y yo no me había dado cuenta, como en la película de Spielberg “ La guerra de los mundos”, basada en la novela de H. G. Wells donde las terribles máquinas extraterrestres emergen de la tierra quedando los terrícolas pasmados del miedo; pero la realidad es que como especie cuando miramos al frente, al horizonte, la vista descansa y esto sí que supuso un avance, entre otras, el tener las manos libres, aunque ahora ya, la gran mayoría está consultando la nube y muy pocos se paran simplemente a contemplar la belleza de las nubes.
Avanzo en mi paseo, y en el parque puedo ver como un grupo de unas 13 personas tanto ventiañeros como gente de cuarenta y tantos cazan Pokemons, algunos incluso con dos móviles en mano, ya se sabe que en el oeste quién llevaba dos revólveres tenía más posibilidades de sobrevivir. Al lado de este grupo, un padre le enseña a su hijo con una máquina de videojuegos cómo debe de matar mejor en el juego, el niño quiere hacerlo a su manera y el padre chupa maquinita. Siempre me ha llamado la atención la frivolidad con la que se mata en los videojuegos, unido al gran realismo que tiene, de colores, luces y sonido, una sofisticación similar al panel de un avión caza y además matando en la distancia, en definitiva, juegos de guerra para niños y para no tan niños.
Me adelanta un chico en una bicicleta con la mochila cúbica, inestable e inhumana de Glovo, y pienso que la persona que le encargó el trabajo, probablemente está en  su casa, jugando con el ordenador mientras visualiza el lugar por donde circula el ciclista que le va a traer el encargo, todo un prodigio de la tecnología para trabajos poco remunerados y peligrosos. Le adelanta una moto, que más bien parece una tómbola pues está llena de luces, es enorme y además emite una música disco que resulta imposible no mirarla, me pregunto de donde saldrá semejante engendro. Al llegar a una explanada veo a un grupo de chicas adolescentes que bailan usando un pequeño altavoz que emite la música trap, ya saben el trap viene del rap y de la mezcla con el hip hop, y su nombre proviene de trapichear con droga, vamos que es la bomba. Se mueven rítmicamente y con movimientos sexys, imitando a su gran estrella, la tal Rosalía y al pasar junto a ellas sus movimientos son aún más coordinados y su mirada más desafiante. Dejó a tras la educación artística y continuó, viendo como una madre se sonríe al ver como su hijo es capaz de mantenerse sin perder el equilibrio en la bicicleta, es una escena de una ternura indescriptible, a la par que un gorrión roba un trozo de comida a unas palomas.