sábado, 22 de agosto de 2020

                       La pérdida de lo cotidiano

 

Hijos que visitaban a sus padres en la residencia y los besaban y los abrazaban, niños que iban como cada día a los colegios y al ver a los amigos  se  saludaban, amigos que hace tiempo que no se ven y encontrándose en la calle  se abrazan. Todos estos pequeños rituales cotidianos, simples gestos instalados en nuestro día-día ahora mismo no están. Tal parece que el año 2020 nos cogió con el pie cambiado.

   Una vez que se ha pasado lo peor del desastre sanitario de la pandemia se llega a una situación que han dado en llamar: “nueva normalidad”, pero que prefiero denominar: el regreso a la antigua crisis del sistema, pero con el añadido que ahora nos han quitado una parte consustancial al ser humano y que nos define como tal, y que son las formas de saludarnos, ahora ya con los codos, (esperemos que sea temporal). Atrás queda el abrazarnos (no en vano cuando hay un abrazo los corazones están próximos), como cuando estrechamos la mano ese contacto permite que las miradas sean más cercanas; el confinamiento unido a la necesaria (por supuesto) distancia social, ha conseguido que el centro de las relaciones personales sea más bien  la coronación de la tecnología.

Por cierto, en Pamplona ya hay un robot, Alexia, que atiende en las terrazas para evitar contagios, olvídense de hablar con el camarero, mejor hable con la máquina, que seguro tiene tema de conversación para rato; incluso cabría preguntarle si está satisfecho con el trabajo que realiza quitándoselo a un humano.

 Los libros que abordan la situación que ya hace tiempo estamos viviendo hablan de tecnopersonas como una hibridación donde el prefijo tecno redefine a un nuevo humano, donde la mezcla de inteligencia artificial, y la implantación, en casi todos los ámbitos, de la tecnología digital, ha conseguido redefinir un nuevo ser menos humano, más próximo a una máquina o no se sabe bien a qué; el filósofo Javier Echevarría titula su último ensayo Tecnopersonas. Como las tecnologías nos trasforman, editado por Trea.

En fin, que la ciencia ficción más sobrecogedora ya está aquí para quedarse y  crear una realidad distópica donde todos pareceremos personajes de la serie Black Mirror, ese espejo negro que nos devuelve una imagen sobrecogedora. Este es un nuevo contexto y como tal produce unas nuevas formas en las relaciones humanas, aunque sea durante un tiempo mientras no exista vacuna, se supone. De lo que quiero hablar es de esa sensación de extrañeza que se produce cuando vemos a amigos, familiares o conocidos y al mantener la distancia el contacto visual cobra una mayor relevancia, no en vano era S. Freud el que decía que: “ la mirada es el sustituto civilizado del tacto.”Así pues, hay personas que saben sonreír con la mirada estando con la mascarilla, así como los hay que con verlos los sentimos igual de próximos que en el pasado mes de febrero, y sin embargo otros los seguimos sintiendo igual de distantes a pesar de verlos cerca. El tema es que los rituales como señala el filósofo coreano Byung-Chul Han en una reciente entrevista que no tiene desperdicio, permiten que los valores de una comunidad se asimilen corporalmente. Una idea cercana a la que tenía Pascal: “Si no crees, arrodíllate, actúa como si creyeras y la creencia llegará por sí sola.”  Los rituales anclan la comunidad en el cuerpo, sentimos físicamente la comunidad. Precisamente la crisis del coronavirus en la que todo se desarrolla digitalmente, echamos mucho de menos la cercanía física. Todos estamos más o menos conectados digitalmente, pero falta la cercanía física, la comunidad palpable físicamente. Es más, llega a decir Han: en los rituales el cuerpo es un escenario en el que se inscriben los secretos, las divinidades y los sueños. Pero es que el virus llega a consumar incluso la desaparición de los rituales. Los rituales poseen un factor de repetición, pero que es una repetición animada y vivificadora, no tiene nada que ver con la repetición burocrática-automática. Hoy en día dice Han vamos constantemente a la caza de nuevos estímulos, emociones y experiencias y olvidamos el arte de la repetición…”la vida intensa que actúa como reclamo del neoliberalismo no es sino consumo intenso.” Y es que probablemente de tanta búsqueda incesante de nuevos y variados estímulos, de una sociedad tan desequilibrada se llegó a esta situación.

Y mientras, este es un contexto muy propicio para que apelando a nuestra seguridad, a nuestra salud, se instale un nuevo orden,  un  New Deal pero no el de Roosvelt obviamente, incluso se habla de un giro datadísta, (Big Data), para así ejercer un control remoto de la salud, la educación, las relaciones personales; en fin, que tal parece que el virus solo precipitó lo que ya se venía fraguando de una forma gradual. Y frente a esto solo cabe una verdadera resistencia, que es recuperar esas formas de relación personal auténticas algo que ya escaseaba antes de todas esta catástrofe sanitaria, porque todo apunta, si pretender ser nihilista ni catastrofista, a que las relaciones humanas de momento parece que estén basadas en la desconfianza, como  aquel personaje de la película Blade Runner, J.F. Sebastian un diseñador genético que padece un trastorno de envejecimiento prematuro, y con el que el gran director Ridley Scott muestra la ausencia de relaciones personales auténticas como algo característico de ese futuro. Sebastian es un ser solitario sin amigos y cuya única compañía la forman los muñecos diseñados por él, (los  Alexia y compañía actuales); así pues, no parece que sea casual que este síntoma de decadencia futura y muy próxima reaparece en películas posteriores como el Juez Dredd, Inteligencia Artificial o Minority Report. El tema clave es si nuestra película actual, la que vivimos día a día, acabará bien, o más bien están diseñando un guión bastante retorcido. Esperemos poder verlo.

 

 

sábado, 22 de febrero de 2020



                                El temor a conocerse


         Hay personas a las que el silencio les genera inquietud, ansiedad y al no soportarlo necesitan tener siempre de fondo  sonido. Así, al llegar a casa la costumbre es encender la televisión o poner la radio o música, porque a parte de huir del silencio están evitando estar a solas con sus propios pensamientos que los viven con verdadero temor. Este mecanismo de evitación de los propios pensamientos y del silencio, es más frecuente de lo que parece, y además propicia el que las personas no aprendan a conocerse, ni a descubrir todas las posibilidades que ofrece el poder disfrutar de uno mismo a solas, en la tranquilidad que les podría proporcionar el silencio.
         Saber apreciar el silencio, valorarlo y a la vez utilizarlo para el descanso, pensar o realizar determinados trabajos, es algo tan necesario para el equilibrio psicológico como el ejercicio físico.
Así pues, cuando un niño aprende a estar en silencio en casa, concentrado en los deberes, también está ejercitando el saber estar consigo mismo a solas y esta situación le servirá para pensar, que es eso: hablar con uno mismo en silencio y a solas. Sin embargo, hoy e día se huye del silencio, hay un verdadero horror vacui que se traduce en que no existen espacios como una sencilla tienda, una zapatería, un supermercado etc… que estén libres de música.
En la actualidad existe una campaña en los bares, con su correspondiente cartel, donde se insiste en bajar el volumen, evita molestar y hacer ruidos, y se señala que son establecimientos libres de contaminación acústica. A las personas hay que enseñarles  que para comunicarse no hacen falta los gritos. Pero además, en la emisora radio 3 entre programa y programa se insiste en una cuña publicitaria que: por favor, porque no te callas, cuando vas a un concierto de música vas a escuchar a los músicos y no a hablar. Normas sencillas y de sentido común que permiten que la convivencia se mejor, pero  que cuando es necesario hacer estas campañas es un reflejo de cómo se ha perdido el norte; es como si por sistema las personas se comportasen estando siempre fuera de contexto. Ya ni siquiera resulta llamativo el que por la calle se escuche la conversación del que va hablando por teléfono.
Quizás es que todos venimos  de una gran explosión de ruido, el famoso Big-Bang y no estamos acostumbrados  a desenvolvernos en esta sociedad tan ruidosa para cultivar el silencio, o bien que vivimos unos tiempos donde más bien se le teme, se evita, es como algo que inquieta, cuando más bien es una fuente de gran fuerza.
Según un estudio muy citado, los seres humanos tenemos menos capacidad de concentración que los peces de colores. Los hombres perdemos hoy la concentración al cabo de ocho segundos- en el año 2000 eran doce-, mientras que los peces de colores el promedio es de nueve segundos. Y los peces de colores se encuentran, como sabemos, muy abajo en la cadena trófica. Me figuro que la investigación sobre los peces de colores es bastante limitada, así que los resultados sobre estas criaturas deben tomarse con cierta precaución. En todo caso, si he mencionado esta investigación es por el dato que se refiere a nosotros, los seres humanos, así lo manifiesta Erling Kagge en su libro El silencio en la era del ruido. Cada vez nos cuesta más concentrarnos en un mismo tema a medida que pasan los segundos.
A pesar de lo que aquí indico, muchas personas de una forma tangencial o intuitiva cultivan a diario su propio silencio, como cuando se concentran en una actividad con la que disfrutan, y llegan a  fundirse tanto en dicha actividad que el mundo a su alrededor desaparece.
         Los seres humanos para no temer tanto al silencio debemos tener  presente que como decía Lao-Tsé “lo que le da valor a una taza es el espacio vacío que hay entre sus paredes”.

lunes, 27 de enero de 2020



                             Abandonar el yoismo


Una de las quejas que escucho con cierta frecuencia, es la falta de empatía en ciertas personas como familiares y amigos. Como consecuencia, las relaciones sociales  solo se desarrollan de forma un tanto superficial. Sin embargo, lo que conviene tener en cuenta es que para empatizar con alguien, es decir, ponerse en el lugar del  otro y tratar de sentir, en la medida de lo posible, como se siente mi semejante, es necesario previamente escuchar de una forma activa y para eso hay que dejar de estar pendiente de lo que uno quiere expresar, no escuchar los propios pensamientos, sino tomarse el tiempo necesario, sin interrumpir al otro y escuchar de verdad, una capacidad que no todas las personas poseen, pero que se puede cultivar.
En unos tiempos en los que el “yoismo” si, el narcisismo, es la tónica dominante, no abunda las personas que realmente saben escuchar. Un término que estuvo en boga en su momento, y que como todo fenómeno sujeto a modas tiene una perduración más bien pasajera, pero que remite a poder disfrutar de una verdadera conversación con alguien y sentirnos comprendidos a la par que comprender a tu interlocutor.
Con el comienzo de un nuevo año los propósitos de la gente abundan en: ponerse en forma, bajar de peso o aprender a fumar y dejar el inglés como tan acertadamente decían en un chiste los geniales Faemino y Cansado, sin embargo, pocas personas se plantean escuchar de forma activa y empatizar con el amigo, el compañero de trabajo o el  familiar de turno, es decir cambiar para ser mejores personas, sencillas y humildes en el trato, algo cada vez más difícil de encontrar, quizás esto requiera un esfuerzo y no están dispuestos a realizarlo,  pero más bien creo que lo que predomina es que para mucha gente con expresarse ellos ya les llega, porque las redes sociales, los youtubers, los whassapp fomentan el que todos quieren expresar su opinión y esto a su vez contribuye a crear y reforzar los comportamientos narcisistas, donde es mi ego el que se manifiesta, pero donde el otro es un mero espectador, quizás por que lo que estamos viendo y escuchando sea realmente un espectáculo y donde solo tenemos que prestar atención.
Parece ser que durante la Ilustración el aumento de las novelas, sobre todo las novelas epistolares contribuyeron a aumentar la empatía ya que desempeñaron un papel importante en la disminución de la violencia y la crueldad porque nos permiten experimentar el mundo desde el punto de vista del otro, así lo sostiene el psicólogo evolucionista Steven Pinker en su obra: Los ángeles que llevamos dentro, sin embargo, aquí la Ilustración llegó poca y muy de refilón como muy bien muestra el gran Pérez-Reverte en su novela Hombres buenos, ( donde por cierto, existe un magnífico ejemplo de cómo surge una relación de amistad entre dos académicos, los protagonistas principales de la historia y cómo uno empatiza con el otro en unos diálogos realmente inteligentes ) y si a ello añadimos que se lee más bien poco, y que para muchas personas de carreras técnicas y científicas consideran que leer novelas es una pérdida de tiempo, pues ya está todo dicho.
Cuando leí el libro de Julio Llamazares: Nadie escucha, allá por 1997 me sorprendió lo certero que era su análisis de aquellos tiempos, y tal es así que esa situación se prolonga. Llega a decir: “últimamente hay demasiado ruido. Si de alguna manera tuviera que definir la época en la que estamos viviendo es como un tiempo en el que hay tanto ruido que nadie escucha a nadie, ni siquiera a si mismo”.
Así que a pesar del ruido y optando por sentirse más en los zapatos del prójimo, estaría bien como propósito del año nuevo el aprender a cultivar la empatía en la relación con nuestros semejantes.




Eduardo García Fernández

  Psicólogo Clínico

jueves, 5 de diciembre de 2019



                         Pedir por esa boquita

Escuchaba en radio nacional como una niña norteamericana pedía un montón de juguetes y aparatos para navidades, tantos objetos que la lista se me olvido cuando iban por la 7º; pensé en su soledad, porque quién necesita tanto y tan superfluo es probable que sus padres o parientes no le dedican el tiempo suficiente para jugar con ella, o bien que ya han entrado en caída libre y solo están alimentando a una futura Paris Hilton. Pero, donde hay límite, si más bien parece que hoy en día todo es como una enorme cinta de Moebius, antes hasta la televisión tenía carta de ajuste, lo que implicaba que cesaba la programación y allí no había nada que ver, solo oír un piiii… que más bien daban ganas de salir del salón. Ahora los canales televisivos emiten las 24 horas al día, y además con la banda ancha de Internet me puedo descargar  series, música, jugar y hablar en red, una película que ejemplifica a la perfección ese mundo es LOL  un film francés del año 2008, que trata sobre una adolescente cuya vida se divide entre sus estudios en una prestigiosa escuela secundaria de París, su diario secreto, sus amigos, novios, sus padres divorciados, las drogas y la sexualidad.
Para el pensador Evgeny Morozov el problema de lo digital , de lo tecnológico, no es un problema de lo digital ni tecnológico, sino político y económico. Que los desafíos no los provocan tanto , los gadgets, las aplicaciones etc.., sino las relaciones de poder y el uso que se hace de la tecnología por medio de los gobiernos o las grandes corporaciones. Lo que puede abocarnos a un futuro ciberpunk. Y añade: “la tecnología no avanza por un camino prefijado, depende de factores como acceso a recursos, a fondos, las luchas de poder.” Ahora el único modo que se plantea para el desarrollo es el de las grandes compañías, y que haya más  y más  emprendedores, como si no hubiese línea alternativa. Nadie piensa en como integrar la tecnología en un proyecto social y político, da igual quién gane las elecciones. Así de certero y perspicaz es el pensamiento de este gran ogro hacia los chicos de Silicon Valley.
         Anteriormente a la irrupción de tanta tecnología en los hogares  aprendías a aburrirte, hoy aprenden a aturdirse, antes aprendías a esperar, hoy a volverse impaciente, antes aprendías a esforzarte hoy en acudir al rincón del vago. Quizás hoy en día aprenden a ser multitarea, pero creo que se ha perdido lo más valioso, para el escritor David Foster Wallace: “ Internet nos roba lo más preciado que tenemos, nuestra atención”, y consecuentemente la concentración.  Así pues, una vez aturdidos por el ruido de fondo de la máquina, ha llegado la hora de saber como se suele decir, el precio de todo y el valor de nada. Cuanta razón llevaba el gran grupo musical Pink Floyd que en el año 75 del pasado siglo en su tema Welcome to the  Machine decía:
Bienvenido hijo mío/bienvenido a la máquina/¿ Dónde has estado?/Está bien, ya sabemos dónde has estado/Has estado en la tubería, rellenando tiempo/provisto de juguetes y /actuando de Boy Scout…”
Quizás la frase que mejor resume los tiempos que estamos atravesando se la del historiador Timothy Snyder.” La fe en que la tecnología está al servicio de la libertad, facilita el camino hacia este espectáculo.” Un espectáculo que no parece tener fin.

jueves, 21 de noviembre de 2019



               La nueva jungla urbana


Al salir a la calle hay que tener verdadero cuidado para que no te afeite un patinete eléctrico, esos artilugios silenciosos, pequeños y rápidos que funcionan a modo de anfibio entre las aceras y la carretera y donde la persona solo tienen que hacer el enorme esfuerzo de acelerar. Una vez superado esto, conviene esquivar, si se puede, lo que dejan los dueños de algunos perros, pues aunque Serrat nos diga en la canción que pisar mierda nos trae buena suerte, por lo que a mi respecta solo me ocasiona algún que otro taco repetido. Después hay que tener cintura para no tropezar con los que te cruzas que viene consultando el móvil, esta situación me recuerda la canción del grupo de los años 80 Radio Futura “el futuro ya está aquí”, con la particularidad que al caminar mirando hacia abajo, nos olvidamos no sólo de hacia donde vamos, sino que además, de lo que nos vamos encontrando en el camino, casi nada. En la novela “Lágrimas en la lluvia” de Rosa Montero, en un futuro distópico no muy lejano, se recrea un  Madrid que tiene en las propias aceras pantallas incrustadas donde continuamente se emiten las próximas alertas climáticas, el clima está totalmente desbocado y es necesario estar al tanto para la propia supervivencia. Igual es que hay que mirar hacia abajo por si el peligro llega de allí y yo no me había dado cuenta, como en la película de Spielberg “ La guerra de los mundos”, basada en la novela de H. G. Wells donde las terribles máquinas extraterrestres emergen de la tierra quedando los terrícolas pasmados del miedo; pero la realidad es que como especie cuando miramos al frente, al horizonte, la vista descansa y esto sí que supuso un avance, entre otras, el tener las manos libres, aunque ahora ya, la gran mayoría está consultando la nube y muy pocos se paran simplemente a contemplar la belleza de las nubes.
Avanzo en mi paseo, y en el parque puedo ver como un grupo de unas 13 personas tanto ventiañeros como gente de cuarenta y tantos cazan Pokemons, algunos incluso con dos móviles en mano, ya se sabe que en el oeste quién llevaba dos revólveres tenía más posibilidades de sobrevivir. Al lado de este grupo, un padre le enseña a su hijo con una máquina de videojuegos cómo debe de matar mejor en el juego, el niño quiere hacerlo a su manera y el padre chupa maquinita. Siempre me ha llamado la atención la frivolidad con la que se mata en los videojuegos, unido al gran realismo que tiene, de colores, luces y sonido, una sofisticación similar al panel de un avión caza y además matando en la distancia, en definitiva, juegos de guerra para niños y para no tan niños.
Me adelanta un chico en una bicicleta con la mochila cúbica, inestable e inhumana de Glovo, y pienso que la persona que le encargó el trabajo, probablemente está en  su casa, jugando con el ordenador mientras visualiza el lugar por donde circula el ciclista que le va a traer el encargo, todo un prodigio de la tecnología para trabajos poco remunerados y peligrosos. Le adelanta una moto, que más bien parece una tómbola pues está llena de luces, es enorme y además emite una música disco que resulta imposible no mirarla, me pregunto de donde saldrá semejante engendro. Al llegar a una explanada veo a un grupo de chicas adolescentes que bailan usando un pequeño altavoz que emite la música trap, ya saben el trap viene del rap y de la mezcla con el hip hop, y su nombre proviene de trapichear con droga, vamos que es la bomba. Se mueven rítmicamente y con movimientos sexys, imitando a su gran estrella, la tal Rosalía y al pasar junto a ellas sus movimientos son aún más coordinados y su mirada más desafiante. Dejó a tras la educación artística y continuó, viendo como una madre se sonríe al ver como su hijo es capaz de mantenerse sin perder el equilibrio en la bicicleta, es una escena de una ternura indescriptible, a la par que un gorrión roba un trozo de comida a unas palomas.

martes, 24 de septiembre de 2019



                   Prometeo y Narciso en el siglo XXI
          
Existe una práctica deportiva, el crossfit, que es el ejemplo perfecto de los tiempos actuales. Pero, ¿en qué consiste el crossfit?
Es un método de entrenamiento basado en ejercicios constantemente variados, con movimientos funcionales ejecutados a alta intensidad. Se concatenan ejercicios de diversas disciplinas, tales como la halterofilia, el entrenamiento metabólico o el gimnástico. El creador del crossfit Greg Glassmann ha bautizado los ejercicios con nombres de mujeres en referencia a los huracanes americanos, y otros con héroes militares, policías y bomberos. Vamos que semeja un entrenamiento militarizado, tipo película que uno encuentra zapeando mientras bosteza, y que recuerda a las innumerables sagas de la serie Rambo y compañía.
         La actual sociedad del rendimiento es proclive a crear este tipo de deportes, como el crossfit, donde la persona se explota a sí misma, creyéndose en libertad, se encuentra tan encadenada como el mito de Prometeo, que puede reinterpretarse considerándolo una escena del aparato psíquico del sujeto del rendimiento contemporáneo, que se violenta a sí mismo, que está en continua guerra consigo mismo.” El águila que devora su hígado en constante crecimiento con su álter ego, con el cuál está en permanente guerra. La relación de Prometeo y el águila es una relación consigo mismo, una relación de autoexplotacion”. Como argumenta el filósofo coreano Byung-Chul Han en su certero y elocuente ensayo La sociedad del cansancio; llegando a afirmar: “el dolor del hígado, que en sí es indoloro es el cansancio. De esta manera, Prometeo como sujeto de explotación se vuelve presa de un cansancio infinito”.
Pero además, en esta práctica deportiva es frecuente subir las fotos a las redes sociales, así como vídeos de los propios ejercicios y que se compartan y se comenten con la finalidad  de exhibirse y mostrarse, una conducta muy propia de la actual narcisismo en el que estamos inmersos como señalan los psicólogos Jean M. Twenge y W. Keith Campbell en su excelente ensayo La epidemia de Narcisismo, donde se indica que estas personas presentan una autoestima inflada y desmedida, vanidad, pues constantemente se muestran los músculos cuando practican el ejercicio y conforme van adquiriendo una mayor masa muscular o mayor definición del mismo; aquí la tecnología sirve como un enorme espejo donde exhibirse ante los demás para suscitar envidias y mostrar de lo que uno es capaz de conseguir. Pero estas personalidades narcisistas, también presentan  ciertas dificultades y frialdad en las relaciones afectivas, la búsqueda constante de atención y un interés prioritario por  los bienes materiales y la apariencia física. Si además unimos el consumo de sustancias de dopaje, el fanatismo por el control de las calorías en la dieta y los anabolizantes, tenemos el coctel perfecto para unos individuos donde el cuerpo es la cárcel del alma como decía Platón.
Sin embargo, al llevar el cuerpo hasta tal extremo de fatiga se pretende, aunque sea por unos breves momentos el desaparecer; así lo explica el antropólogo David Le Breton en su obra Desaparecer de  sí. Una tentación contemporánea. Breton utiliza el concepto de blancura como el deseo de desaparecer cuando se llega a una saturación. Cuando el deseo de transformar las cosas se torna imposible en una sociedad marcada por la velocidad, las apariencias y los convencionalismos. Es decir, por unos momentos la persona se despide de su yo provocado por la dificultad de ser uno mismo. Esta es una práctica deportiva que refleja las grandes contradicciones de la sociedad actual del rendimiento, donde el neoliberalismo impregna nuestras vidas en todos los órdenes.
El individualismo es ya solo exhibicionismo en el que todo se reduce a una cáscara bien adornada. En el extremo diametralmente opuesto de esta epidemia de narcisismo está la frase o párrafo- algo extensa, pero que merece la pena citar por completo- de Albert Einstein, con la que me identifico: “Los ideales que colmaron mi vida desde siempre son: bondad, belleza y verdad. La vida me habría parecido vacía sin la sensación de participar de las opiniones de muchos, sin concentrarme en objetivos siempre inalcanzables tanto en el arte como en la investigación científica. Las banales metas de propiedad, éxito exterior y lujo me parecieron despreciables desde la juventud.”

lunes, 5 de noviembre de 2018



                                Surfeando la memoria    

Una de las quejas que oigo con más frecuencia es: “cada vez tengo menos memoria”, y es normal que esto suceda, ahora ya nadie memoriza un simple número de teléfono, y si en una sencilla conversación uno no se acuerda con exactitud del título de un autor, una película u otro dato, rápidamente acude a Google.
La memoria de un tiempo a esta parte ha sido denostada por considerarla una capacidad innecesaria ya que parece que todo lo encontramos a golpe de click, y entonces para qué recordarlo, pero además el hecho de estar hiperestimulados no facilita que la memoria realice su trabajo. Se sabe que las series y los libros que se devoran de un tirón se olvidan más fácilmente porque no se hace trabajar la memoria de recuperación.
La clave de la consolidación de la memoria es la atención, y si no hay atención tampoco existe la concentración – también a muchas personas les cuesta concentrase- . Así pues, a mayor agudeza de la atención, más nítida será la memoria. Para que un recuerdo se pueda conservar, la información de entrada debe transformarse a fondo, profundamente.
Cuanto más usemos la Web más entrenamos a nuestro cerebro para distraerse, para procesar la información muy rápidamente y de manera muy eficaz, pero sin atención sostenida. El ensayista Nicholas Carr en su libro ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mente? Superficiales, afirma que: “A medida que el uso de la Web dificulta el almacenamiento de nuestra memoria biológica, nos vemos obligados a depender cada vez más de la memoria artificial de la Red, con gran capacidad y fácil de buscar, pero que nos vuelve más superficiales como pensadores.” Por lo tanto, si no recordamos el título de un libro, o un autor por poner un ejemplo, quizás sería conveniente algo tan sencillo y a la vez tan perdido como esperar- algo verdaderamente difícil para muchas personas- que nuestra memoria trabaje, darle su debido tiempo e incluso percibir el fenómeno de la punta de la lengua, para llegar por nuestros propios medios a esa información, y evidentemente sino conseguimos recordar acudir a consultarlo, pero no hacerlo de mano.  En definitiva, recuperar un hábito sano y muy humano y no caer en volvernos cada vez más máquinas.