martes, 8 de marzo de 2011

Escuchando la sombra.

En la actualidad el ser humano ha aprendido a deshacerse de las molestias en cuanto éstas aparecen. Así como se acude a un analgésico ante un leve dolor de cabeza, lo mismo sucede cuando se siente ansiedad tomando un tranquilizante o ansiolítico. La diferencia sustancial es que las emociones nos dicen mucho de la situación en la que nos encontramos inmersos, puesto que las emociones son el tono de cómo nos encontramos en cada momento. Al sentir miedo podemos huir, luchar o quedar estratégicamente parados, pero si tapamos esta emoción medicándola no acabaremos por aceptar el miedo, afrontándolo y así, transformándolo en valor. Esta es la base del trabajo del psicólogo clínico en los problemas de ansiedad cuando tiene que enseñar al paciente a dejar de luchar contra sus miedos, pues estos llegan a ocupar todo su campo de atención y le impiden otras formas de relación con el mundo. Es aquí donde las emociones son la principal fuente de preocupación y ocupación, de forma que cuanto más luche la persona por quitarse el miedo o la ansiedad ésta acude con más fuerza, retroalimentándola y no saliendo de la situación, sino más bien enredándose en la lucha contra las propias emociones que siente. Como hemos aprendido a quitarnos lo que nos molesta pretendemos que esto funcione con el miedo, la ansiedad o la tristeza, pero aquí no funciona porque forman parte de uno mismo, como la sombra que no desaparece por mucho que te vuelvas contra ella. Así pues, la aceptación es la actitud más saludable, pero no aceptación en el sentido de resignación sino de apertura y atención plena; puede que sigas teniendo miedo o ansiedad o tristeza, cómo no, pero la cuestión es que no estés atrapado por ellas. Es más, puede que te estén diciendo algo de tu vida que debes cambiar o atender en vez de eliminar. El miedo puede revelarnos que somos más fuertes de lo que creemos y a la vez hacernos más inteligentes en vista de los posibles peligros que tengamos que afrontar.

3 comentarios:

  1. Aprender a escuchar, aprender a ver, aprender a saborear, aprender a esperar un poco y a no esperar tanto, ¿cuándo y dónde olvidamos tantas cosas que no debería ser necesario aprender?

    ResponderEliminar
  2. Es triste, pero no menos cierto que hay personas que viven con miedo, con angustia, les acucian los problemas, los ven como irresolubles, viven en precario y todo ello se combina en una espiral de preocupación que en la mayoría de las ocasiones acaba en una depresión encubierta hasta que ésta se agrava.

    No es que tengan miedo a vivir, es que la vida tal como le ha caido en suerte les pesa y la de sus hijos, y la de su familia y al final inevitablemente le ponen un sello en la frente y los facturan a salud mental, donde le escuchan, le dicen que tiene que darle menos importancia a su circunstancia y por fin aparecen los ansiolíticos, los antidepresivos que hacen que pueda estar en su casa, "calmado", mientras un poco de saliva se le escapa por la comisura de sus labios, triste pero real.

    Abogo porque se incluyan entre las posibilidades de tratamiento una atención personalizada a cargo de Sicólogos clínicos porque hablar y ser escuchado pueden ayudar a reconducir malos hábitos, conductas erróneas y las claves para ver de forma nítida lo que el paciente hasta el momento ve como a través de una lente borrosa,
    aunque lo veo dificil, los sicólogos deben de hacerse valer, no se como, porque en éstos tiempos tratar con la Administración no tiene futuro alguno.

    En fin, brindo por una buena salud mental con vino del Bierzo, buenísimo por cierto..

    Debo de confesar que en ocasiones y que no sirva de precedente está permitido verlo todo a través de la lente borrosa, porque ver nítida la realidad es crudo.

    ResponderEliminar
  3. Desconfío mucho de aquellas personas que nunca estuvieron en crisis, sean estás existenciales, o de cualquier índole. Es más, saber mudar de piel es algo común no sólo en reptiles, sino también en los mamíferos.

    Gracias por el comentario.

    Un fuerte y cariñoso abrazo, Eduardo.

    ResponderEliminar