lunes, 1 de agosto de 2016



David Le Breton. Desaparecer de sí. Una
tentación contemporánea.
 Editorial Siruela 2.016


Con una prosa fluida y lucidez en sus planteamientos, el autor David Le Breton antropólogo y autor de entre otros libros Elogio del caminar, nos explica porque hay momentos en nuestra vida en los que deseamos huir, de irnos por un rato, esa “tentación contemporánea” que es la ausencia, la desconexión, el decir adiós  a lo que nos marca la cotidianidad en nuestras vidas.
A lo largo de seis capítulos aborda las diferentes formas de desaparecer. En el prólogo, que más bien llama umbral, utiliza el término blancura para referirse a: “un estado de ausencia de sí más o menos pronunciado, a un cierto despedirse del propio yo, provocado por las dificultades de ser uno mismo. En todos estos casos lo que se quiere es reducir la presión. La blancura responde al sentimiento de saturación, de hartura, que experimenta el individuo. Entre el vínculo social y la nada, dibuja un territorio intermedio, una manera de hacerse el muerto por un momento.”
Realiza un recorrido de una antropología de los límites en la pluralidad de los mundos contemporáneos, inscribiéndose en una exploración de lo íntimo cuando el individuo se deja llevar, sin querer por ello morir, o cuando se inventa medios provisionales de desaparecer de sí mismo. Las condiciones sociales –sostiene David Le Breton- están siempre mezcladas con condiciones afectivas, y son estas últimas las que inducen por ejemplo las conductas de riesgo en los jóvenes, en un contexto de sufrimiento personal, o las que provocan la depresión y sin duda la mayoría de las demencias seniles.
Llega a afirmar, que el enfoque de los psicólogos frecuentemente – aunque no todos- no tiene en cuenta el trasfondo social y cultural, el de la sociología pasa por alto los datos más afectivos, considerando a los individuos como eternos adultos, sin infancia, ni inconsciente. La compresión sociológica y antropológica de la diversidad de mundos contemporáneos, puede reconquistar la singularidad de una historia personal, al cruzar la trama afectiva y social que envuelve al individuo y, especialmente los significados que alimentan su relación con el mundo. Esa es la tarea de este libro.
En el capítulo dejar de ser persona, expone como ejemplo de blancura de vivir al ralentí o incluso en una suerte de postura de desapego absoluto, el caso clínico que refiere Pierre Janet a principios del siglo XIX, ciertos pacientes devorados por el sentimiento de vacío, que no sufren por nada, no se interesan por nada, pero no sufren. Aunque los hombres y mujeres así, en esa época, todavía eran una rareza.
Desaparecer en cualquiera de sus múltiples posibilidades ha sido y es un tema recurrentemente literario: Melville, Mankell, Pirandello, Simenon, Walser.
En la literatura de Paul Auster casi siempre está presente el tema de desaparecer, pero a veces, es el propio escritor quien en su vida lleva a cabo un aislamiento de mayor contundencia que cualquier personaje creado por la imaginación, como es el caso de la vida de Emily Dickinson quién con 30 años decide optar por no salir más de su casa, sería un caso de “soledad ontológica”.
Me ha llamado la atención que no se mencionara al escritor Charles Bukowski, quién en su autobiografía Pelando a la contra narra las múltiples veces en las que optar por aislarse y buscar la soledad ( de la que se alimentaba), aunque bañándola en alcohol, es la mejor opción para no ser engullido por el sistema, y como quedarse una temporada en la cama es la solución según él para casi todos los males.
En las maneras discretas de desaparecer, el capítulo 2, menciona como la compulsión del sueño es una manera de escapar a las dificultades de ser uno mismo.
El sueño como refugio profundo, un camino para darle la espalda a los caminos del mundo. Dormir para no pensar, no decidir, un truco para eludir el reto de tener que asumir su existencia en todo momento.
Realiza un somero análisis del juego  japonés pachinko, que lo define como una forma lúdica y banal de disipación del propio yo en la vida cotidiana. Se trata de lugares socialmente legítimos para la disolución provisional de la identidad, sin abandonar por ello el vínculo social. Rodeado de gente, pero en la soledad más absoluta el jugador se ausenta, durante un rato sumido en una punzante repetición de los mismos gestos. Se pierden en una actividad hipnótica que los apasiona.
La fatiga deseada sería una supresión provisional por cansancio. Consciente o inconscientemente el individuo busca embriagarse de fatiga par liberarse de sí e interrumpir el flujo del pensamiento. Sin la actividad del espíritu, el individuo se disuelve. “Estoy muerto” dice el hombre agotado.

Menciona el burnout, las distintas depresiones y las personalidades múltiples donde señala que el cineasta David Lynch hizo de este síndrome la base de películas de culto como Carretera perdida ( Lost Highway,1.997) o Mulholland Drive (2.001)  aconsejables si se quiere experimentar sensaciones de desasosiego y angustia.
Y para cerrar esta capítulo se realiza la inmersión en una actividad que requiere una máxima concentración como es el ajedrez, centrándose en la novelad de V. Nabokov La defensa.
Hubiera sido interesante que se mencionara al jugador de ajedrez Bobby Fischer, como máximo exponente de vida real centrada exclusivamente en el ajedrez y las consecuencias que le acarreó en su salud mental, así como  la huída tanto de los medios de comunicación, como de sus delirios de persecución según él por parte de la CIA. Huir para después reaparecer e imponer las condiciones de jugar otra vez al ajedrez, considerándose el maestro absoluto del juego.
Las formas de desaparición de sí en la adolescencia, es el título del tercer capítulo y el que me parece más interesante.
Analiza las conductas de riesgo de los adolescentes, desde el uso de psicofármacos para aliviar la vida entera en una esperanza mágica de resolución de todos los males. Hasta la velocidad en la carretera par escapar de sí mismos. Pasando por el vagabundo del espacio y de los okupas, nómadas liberados de toda responsabilidad. Intentan fundirse con la calle, disolverse en el espacio, y se ayudan de numerosos productos psicotrópicos comenzando por el alcohol que induce un estado de flotamiento, una dilución justamente del sentimiento de identidad.
Los autores Florence Golberg y Philippe Gatton hablan acerca de estos jóvenes vagabundos (que a veces envejecen sin haber podido encontrar un lugar para instalarse) de una “adicción al espacio”. Consumen carretera, se inyectan indefinidamente espacio. La identidad asociada a su historia les resulta insoportable, la indiferencia de la calle les induce paradójicamente un sentimiento de menor vulnerabilidad. El vagabundeo es una manera de distanciar el fuero interno demasiado doloroso.
Volcarse en el espacio evita la dificultad de vivir sus propios pensamientos.
En la novela Ciudad de cristal de Paul Auster, el protagonista descubre el vértigo del vagabundeo, algo que el propio autor Auster también reconoce haber practicado de joven en sus largas caminatas por la ciudad de Dublín.
Analiza el caso de Chris McCandless el  joven que abandona sus estudios, familia y civilización para ir a Alaska dejando atrás las obligaciones sociales y la hipocresía que según él impregnan todas las relaciones humanas.
Deslizarse por el infinito de lo virtual es algo practicado por una cantidad de población que se sumerge por horas en el Second Life o videojuego donde en estos universos virtuales se corre el  peligro de desatender la vida real y poder desarrollar las habilidades sociales y las experiencias necesarias para crecer como adulto.
Jugar para no afrontar la dura realidad. El extremo del juego es el Hikikomori en Japón, el filtro es el ordenador y se retiran a su habitación evitando toda relación social.
También se detiene en la anorexia y en el colocón como búsqueda de coma, o forma deliberada de ausencia. Beber sin límites, ya no para alcanzar la embriaguez, sino para acceder más rápidamente al olvido, dimitir de sí mismo. Beben para adceder directamente a una blancura más o menos controlada, desean desaparecer por un rato y lo más rápido posible.
Analiza el contramundo de las sustancias psicoactivas y la aspiración al síncope en los juegos de asfixia. Experimentación o juego con la muerte por cansancio, agotamiento de ser uno mismo, breve tentativa de evasión a otro mundo bajo una forma lúdica; esta disolución de sí es un punto de atracción de estos juegos de estrangulamiento.
En el cuarto capítulo analiza el proceso de envejecer que no es una cuestión de edad sino de relación con el mundo. Y el alzheimer como forma en el que el propio sujeto desaparece.
Un capítulo realmente interesante es el que aborda las personas que desaparecen sin dejar dirección, aquellos que se ausentan y rompen con su pasado, sus vínculos. Incluso como se organiza la propia desaparición para así renacer en otro lugar bajo una identidad distinta y así recomenzar una vida desde cero.
La pretensión del autor es identificar algunas formas de supresión de sí en el contexto de nuestras sociedades en las cuáles la vida es menos dura que antes, pero la tarea de ser individuo es más complicada para un gran número de personas.

La blancura es quizá una fuerza, una energía a la espera de su inminente aplicación. En definitiva, la escritura, la lectura, la creación en general, el caminar- tan sabiamente estudiado por este antropólogo- el viaje, la meditación, son lugares en los que nadie tiene ninguna cuenta que rendir, en los que se accede a una suspensión feliz y gozosa de sí. Medios deliberados de reencontar la vitalidad, la interioridad y las ganas de vivir.
En definitiva, un libro recomendable para todo estudioso del comportamiento en general y para cualquiera que  pretenda comprender por qué tanta gente siente esa “necesidad de ausencia.”

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