martes, 8 de enero de 2013

Escuchando los abismos del alma

 " Todo lo que pasa en la psiquiatría es un reflejo de la estructura sociopolítica y económica de nuestra sociedad, donde la camaradería, la solidaridad, el compañerísmo, la comunión son casi imposibles ". Así de contundente se expresa el psiquiatra R. D. Laing (1.927-1.989 ) en su libro Razón, demencia y locura.La formación de un psiquiatra que abarca desde el comienzo de su vida en 1.927 hasta el año 1.957.  Asociado al movimiento antipsiquiatrico rechazó este epíteto y aclara que dicho término fue acuñado más bien por el psiquiatra David Cooper quien sostenía que la psiquiatría era represora y en cambio debería ser la ciencia y el arte de la curación mental.
En la introducción de estas interesantes memorias, Laing sostiene que su pretensión era reaccionar frente al sufrimiento que padecían los pacientes de forma totalmente distinta a la habitual. Así que cuando comenzó a tratar profesionalmente a pacientes psicóticos descubrió alarmado que podía comprender sus puntos de vista demasiado bien, así pues " tendría que mostrarme muy cauto si no quería arruinar mi carrera ".
Dentro de las múltiples y variadas anécdotas que se señalan, merece la pena entresacar algunas no por la singularidad de las mismas , sino más bien por ser un reflejo de hacia donde quería encaminar y aunar sus esfuerzos este gran profesional. Así comenta que: " trabajando en el hospital psiquiatrico del ejercito una noche cuando estaba haciendo la última inspección de la sala, me sorprendieron los desvarios de un maníaco, procedentes de la celda de aislamiento. Ordené que le pusieran una inyección si no rezaba el pico inmediatamente. Hice que abrieran la puerta, entré y me senté a escuchar un poco más antes de que tuvieran que calmarle con una inyección. Se tranquilizó. Me quedé media hora más o menos. No necesitó ninguna inyección. Durante las noches siguientes me fuí quedando un poco más hasta que prácticamente acabé instalándome toda la noche en la celda de aislamiento. Extrañamente, me sentía allí como en casa, tumbado en el suelo. Era la primera vez que me encontraba realmente relajado, sosegado, en compañía de un paciente como éste sin molestarme en intentar darle sentido, ni diagnosticar su psicopatología, ni en interpretarla, ni en tratar de inferir, como síntoma neurológico, cuál podía ser el desorden relativo al sistema nervioso central ".
Así pues, comenzó a poner en duda su propia cordura por que sospechaba que tanto la insulina como los electroschoks, por no mencionar la lobotomía y todo lo que rodeaba los métodos de la unidad de psiquiatría , eran  formas de destrozar a las personas, de enloquecerlas si no lo estaban antes, y de volverlas más locas si ya lo estaban.
A las conclusiones que llega es que la perturbación de una persona con un trastorno mental extremo parecen estar vinculadas a su relación con otros seres humanos. De hecho, de lo que más suele quejarse la mayoría de la gente es de su relación con los demás, tanto es así que incidiendo en este punto desarrolló en el Kingsey Hall  de Londres en 1.956 un pionero trabajo donde pacientes y terapeutas vivían juntos rompiendo la brecha que separa el mundo aislado del enfermo mental con el del profesional, algo tan inusual y avanzado para aquella época que marcó un antes y después en la psiquiatría. Y además se percató y así lo subrayó que todas las crisis , angustias y catástrofes que tan a menudo convierten a las personas en pacientes psiquiátricos de una institución mental, todas siguen produciéndose fuera de estas instituciones.
Pretendió entender la locura y el proceso de volverse loco desde una prespectiva existencialista y ademas exponerlo de una forma sencilla y clara y así lo escribió en su obra más importante El yo dividido de 1.960 obra que bien merece comentarse, pero eso será en otra ocasión.

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