lunes, 21 de enero de 2013

Las vacaciones del esfuerzo

Uno de los valores que se encuentra en las más bajas cotas de popularidad entre preadolescentes y adolescentes es el del esfuerzo. La queja más frecuente por parte de padres, maestros, profesorado y psicólogos que trabajan con adolescentes es la gran dificultad en conseguir de ellos que sean capaces de desarrollar cierta capacidad de esfuerzo mínima tanto en lo académico  ( de ahí que la ley del mínimo esfuerzo sea la tónica dominante ), como ante actividades extraescolares . Esta actitud de hacer lo mínimo ocasiona problemas en la rutina diaria  de las familias, donde es difícil  que el adolescente adquiera ciertas responsabilidades. Podría decirse que es una edad difícil, o argumentarse otras razones, pero en mi opinión existen una serie de variables que en combinación contribuyen a que se vayan gestando un futuro ni-ni ( aquel que ni estudia ni trabaja y del cuál ya existen estudios sociológicos al respecto ) o con el tiempo un adultescente. Existe un factor de bastante peso: el darle todo lo que pide el hijo sin que se esfuerce en conseguirlo,  (así no aprenden a valorar lo que tienen); el no castigar - aquí pesa mucho el miedo por parte de padres a traumatizar al niño-, el no exiguirle que colabore en casa como una actividad necesaria y útil para el buen funcionamiento del hogar, pero además no sólo cabría echar la culpa a los padres- como dice F. Savater un hijo educalo o sino padecelo - sino que el entorno tanto de los medios de comunicación, como la sociedad de consumo donde nos movemos, todos transmiten la creencia de que llegando a ser famoso y/o guapo/a - y para eso no se requiere mucho esfuerzo, más bien suerte- todas las puertas de la felicidad se abren. Así pues, la frustración está servida y como tampoco se educa par tolerar la frustración el resultado es personas en el futuro abocadas a entender la vida como algo fácil y divertido que no requiere ni esfuerzo, ni tesón, y que ante las mínimas contrariedades se derrumban. Unido a esto se encuentra la dificultad para aplazar la recompensa, existe la letra de una canción de un grupo de rock que dice: lo quiero todo, lo quiero ahora, lo quiero ya... que muy bien resume el como se puede llegar a entender la vida como un inmenso parque de atracciones donde la tarjeta de crédito que me regalaron mi padres no tiene límite de crédito.
Muy lejos queda ya y como un ejemplo de contraste Jack Daniel que con 13 años según algunos biógrafos o más bien 16 según otros, se hizo cargo del negocio familiar de whisky que heredó de su padre, o como ejemplo más próximo el de cualquier niño/a gitano  que conocen bien  el puesto de vendedor ambulante de su familia y sabe regatear con el comprador con toda la habilidad y naturalidad de un adulto. Pero estos dos ejemplos no son modelos que aparecen en la series de consumo adolescente.

3 comentarios:

  1. Pero el crédito de la tarjeta empieza a tener límite y cada vez vamos a tener que esforzarnos más para que ellos no se esfuercen. Lo curioso es que en tiempos de crisis (aunque alguien dirá que todos lo son) los peligros se acumulan: si antes nos vendían que no era necesario el esfuerzo para alcanzar las metas deseadas, ahora podemos encontrarnos con la actitud del "para qué va uno a esforzarse si no hay trabajo para nadie ni metas que alcanzar". De la euforia al derrotismo hay un paso y aquí somos muy dados a los extremos.
    Por cierto, me ha gustado mucho el ejemplo del gitano, tan políticamente incorrecto y tan certero.

    Un abrazo.

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