sábado, 6 de diciembre de 2014

                           Conviviendo con el demonio  


Cuando nos adentramos a leer las biografías que mejor o más fielmente reflejan el sufrimiento de una depresión, o el episodio de una crisis  espiritual, nos percatamos que los escritores o actores, son una fuente a tener muy en cuenta, puesto que poseen la facilidad para expresar como vivieron sus crisis y además muestran cierto grado de valentía por exponer públicamente su sufrimiento.
En las memorias del escritor norteamericano William Styron (1.925-2.006), cuyo título ya de por sí es altamente significativo: “Esa visible oscuridad. Memorias de la locura”, describe con todo detalle fenomenológico el horrible descenso hacia la desesperación, la depresión.
Este libro en su origen fue una conferencia pronunciada en Baltimore en un Simposio sobre desórdenes afectivos, que organizó el departamento de Psiquiatría de la Universidad John Hopkins; posteriormente el texto se convirtió en un ensayo de unas 80 intensas y desasosegantes páginas, que permiten al lector entender la oscura realidad de la depresión mejor que cualquier manual de psicopatología al uso. Y es que Styron a pesar de haber estado en los marines en la II Guerra Mundial y haber tenido éxitos literarios recibiendo varios premios, no escapó de la terribles garras de la depresión.
         Estas memorias posen la belleza de la mejor literatura a pesar de narrar un episodio tan doloroso. En él tienen cabida ciertas anécdotas que demuestran el desbarajuste que es capaz de ocasionar el estar sumido en este dolor,  como cuando viaja a París a recibir el premio Prix Mondial Cino de Duca y llega a perder el cheque por un valor de 25.000 dólares, interpretándolo como una forma de autoodio, no considerándose digno de tal premio.
          La novela Esta casa en llamas de 1.960 para muchos críticos es la mejor obra escrita sobre el alcoholismo, no la he leído pero la traigo a colación por que para Styron el alcohol era: “ el compañero mejor de mi intelecto, además de ser un amigo cuya ayuda buscaba a diario: buscaba algo, ahora lo veo, como medio para calmar mi ansiedad y el incipiente terror que llevaba escondiendo desde hacía tiempo en las mazmorras de mi espíritu”, esta descripción resulta demoledora. A pesar de no considerarse un alcohólico, relata que en un viaje en avión al consumir un whisky esto le llevó a entrar en barrena, causándole una sensación de enfermedad y lobreguez interior tan horribles, que al día siguiente se precipitó a la consulta de un médico especialista en medicina interna. Y así es, cuando previamente no hay estabilidad anímica un ligero whisky puede desestabilizar al mayor veterano de lo bebedores.
          Resulta bastante curioso el encuentro que tiene con Romaind Gary y la actriz ex esposa Jean Seberg, comentándole que esta sufre del mismo problema que él y que se encuentra a tratamiento con medicación antidepresiva. Incluso reconoce la incapacidad para entender o acceder a la esencia de la enfermedad.  Y continúa afirmando que  “tanto la depresión de Camus-había estado leyendo El mito de Sísifo-y ahora la de Romaind Gary – y por cierto la de Jean-eran dolencias abstractas para mi, a pesar de mi compasión”.
La actriz Jean Seberg se suicidó con una sobredosis de pastillas y fue encontrada muerta en un coche aparcado en una calle del centro de París, donde su cuerpo había pasado varios días. El recuerdo de este suceso hizo que Styron se sintiera dominado aún más por la tristeza.
Un año más tarde, y en un encuentro con Romaind Gary recuerda que ni siquiera entonces fue capaz de comprender la naturaleza de su angustia. Cuando leí estas líneas, sólo pude comprender la falta de empatía de Styron con el dolor de su amigo ,debido a que el mismo se encontraba en su mundo depresivo.
El que fuera dos veces ganador del premio Goncourt, un héroe de la República con la Cruz de Guerra por su valor,  definido como bon vivant y mujeriego por excelencia, Romaind Gary acabó sus días suicidándose de un disparo en la cabeza. Este suceso acentuó aún más el espanto y la grave aflicción que atravesaba la vida de Styron, volviendo a preguntarse una vez más si merecía la pena vivir.
A medida que se avanza en la lectura de estas memorias sorprende la descripción tan sutil que realiza de las distintas fases y afluentes que nutren la aflicción: “ahora estaba en el primer estadio, premonitorio, como el destello de un relámpago apenas percibido, de la negra tempestad de la depresión”. Más adelante, la ansiedad le atenaza de tal forma que deja de escribir, y lo que con anterioridad era un paseo agradable con su perro,  en un día apacible observando unos gansos en pleno vuelo, lo perturban sumiéndolo en un temblor y no consiguiendo quitarse de la cabeza unos versos de Baudelaire ,un pasaje recuperado de un lejano pasado que le habían estado rondando: “he sentido el viento del ala de la locura”.
 En su búsqueda de alivio acude a los fármacos y a la psicoterapia, sin embargo finalmente ingresa en un hospital y afirma que esa fue su salvación, resultándole algo paradójico que en aquel sitio austero, con puertas cerradas y alambradas y desolados corredores verdes, encontrara el reposo, la calma en la tempestad de su cerebro, que no había logrado en su tranquila casa de campo. Y así, lo que en verdad le curó fue el tiempo y la reclusión.
En esta lectura, de tanta intensidad dramática, no podía faltar la explicación que se da el propio Styron de su proceso depresivo. La propensión a la enfermedad procedía de su padre que pasó la mayor parte de su vida luchando como el dice contra la gorgona, y además fue hospitalizado cuando él era un adolescente, en un proceso donde ve semejanzas con el suyo, pero además la muerte de su madre cuando él tiene trece años es el factor más significativo. El interpreta que había tenido un “duelo incompleto”, no logro alcanzar la catarsis del dolor y por eso lleva en su interior en los años posteriores una insoportable carga, de la cuál la ira y la culpa y por tanto no solo la pena reprimida forman parte y devienen en simiente de autodestrucción. Cita la obra Autodestrucción en la Tierra prometida, del historiador social Howard I. Kushner que proporciona convincentes argumentos a favor del duelo incompleto y emplea a Abraham Lincoln como ejemplo. Kushner sostiene que las pérdidas tempranas precipitan conductas autodestructivas, pero también la persona implicada combate la culpa y la ira y si triunfa lo hará sobre la pulsión de muerte. Así, el escritor de ficción vence a la muerte a través de una obra honrada para la posteridad, y como sostiene Styron si la teoría del duelo incompleto es válida y él opina que lo es, uno continúa debatiéndose subconscientemente con una pérdida inmensa, a al vez que se intentan superar los efectos devastadores y el hecho de no haberse suicidado lo considera como un tardío homenaje a su madre.

          Unas memorias de una belleza y contundencia que nos estremece en los más hondo, ofreciendo eso si, el consuelo de la esperanza.

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