lunes, 14 de septiembre de 2015

                                   Estampas urbanas
        

Mientras espero en el andén la llegada de un tren que viene con retraso, observo como un niño de seis u ocho años a lo sumo, se acerca hasta el límite o borde de la vías, provocando la reacción en su madre que sin dejar de mirar el móvil y pulsarlo le grita, riñéndolo; acto seguido el hijo sale corriendo alejándose de las vías y se pone al lado de la madre, que por su puesto continúa whasapeando o lo que haga con el móvil. Pasan unos instantes y el niño vuelve a las andadas acercándose a las vías del tren aún más, el grito de la madre hace que la miremos casi todos los que estamos esperando, salvo claro está los que están dentro de sus respectivas pantallas. El pequeño infante vuelve al lado de su madre, pero lo más curioso es que la madre se enfadó, le riñó y mientras lo hacía no lo miró a la cara, sino que continuaba a lo suyo.
Esta madre no se percataba de que su conducta contribuía a reforzar el comportamiento de llamada de atención del niño, a la vez que era incapaz de establecer un mero contacto visual con él, cuando algo verdaderamente importante había sucedido.
Muchos comportamientos de  niños y de  adolescentes incluso, tienen la finalidad de llamar la atención de los padres, sin embargo, detrás de muchos diagnósticos de niños supuestamente hiperactivos o con conductas disruptivas lo que en realidad hay es una dejadez o desatención de las funciones de los padres. Esto es conveniente decirlo a pesar de que resulte políticamente incorrecto, pues lo que hay detrás de regalar tanta tecnología a los niños, para que estén entretenidos, el que pasen horas y horas pasivamente ante las pantallas, o el que tengan actividades extraescoles todos los días de la semana más bien parece que sea para que los padres no pasen tiempo con ellos simplemente jugando. Pues en realidad el mejor juguete que tienen lo niños son sus padres. Sin embargo, aquellos niños que no soportan ese ritmo de actividad, y empiezan a no ser dóciles pronto se les colgara el sambenito de que tienen un problema, y tendrán que tomar medicación, cuando en realidad lo que habría que ver es por que el niño se comporta así y que está manteniendo el problema. Así el problema es del niño y no de la forma de educar que tienen los padres.

El niño crecerá definiéndose como que es hiperactivo, tomarán medicación y se creerá problemático cuando en realidad los niños por su propia naturaleza son inquietos, exploran el entorno, tienen conductas que entrañan cierto riesgo y eso es lo que les permite desarrollarse y crecer sanamente siendo eso, simplemente niños.

viernes, 24 de julio de 2015

                                Una constante

Cada cierto tiempo, vuelvo a ver ciertas películas de cine negro clásico, sólo por el mero placer estético del blanco y negro, y porque en ellas, a veces, encuentro más verdades que arenas en una playa. Así pues, la primera vez que vi Senda tenebrosa no debí prestarle toda la atención que se merecía, pero esta última vez me cogió con la guardia baja y el golpe surtió efecto. Esta cinta creada en 1947 por el director  Delmer Davis narra como un hombre ( Bogart) que ha sido injustamente encarcelado por el asesinato de su mujer escapa de la prisión con la intención de probar su inocencia. Una atractiva desconocida (Bacall) le presta ayuda, porque su padre también fue víctima de un error judicial.  
Ambientada en el San Francisco de los años 40, no conozco ninguna otra película en la que tanto se hable de soledad en el sentido amplio del término. Así, el personaje que interpreta Bogart le pregunta a Irene Janse ( Bacall) una vez que se encuentran en su casa, si ¿no se siente muy sola aquí? A lo que ella le contesta que se siente sola desde que nació. Curiosa respuesta de cómo se las gasta la desconocida que le ayuda.
Pero además, un taxista y un policía se quejan de su soledad en la gran urbe, donde la desconfianza y el individualismo están presentes a lo largo de todo el film. Incluso personajes bastantes secundarios dan muestras de sentirse abatidos y solos, como cuando dos desconocidos en una parada de autobús entablan un diálogo que dice así: “ así es la vida, una batalla campal desde el principio. A nadie le importa un bledo lo que le pase a los demás. Hubo un tiempo en que los hombres se echaban una mano”. La mujer, que escucha con atención la aseveración y dureza de las frases  le contesta en la misma frecuencia: “a veces me siento muy cansada, completamente harta, sin ninguna ilusión por nada”. Cuantas veces escuche esto mismo en la consulta. A lo que el hombre le dice: “usted tiene a los niños, yo no tengo nada. Oiga algo sí tenemos en común: la soledad”.
Sin embargo, el protagonista que es el que más problemas tiene y el que más sufre, no se queja de su gran soledad. Quizás el director quiso remarca esta situación.
Si damos un salto, del mundo cinematográfico al ámbito literario, la novela del gran escritor Michel Houellebecq Ampliación del campo de batalla de 1.999 expone los problemas de soledad e incomunicación en una sociedad altamente tecnológica. Ambientada en el París actual, nuevamente la ciudad como contexto que favorece el anonimato y la desconfianza entres sus habitantes.
Las reflexiones y frases del protagonista son bastante  elocuentes, como por ejemplo: “no veo a nadie los fines de semana, ordeno un poco, me deprimo amablemente”.
 “Si las relaciones humanas se vuelven progresivamente imposibles, es por la multiplicación de los grados de libertad.”
 “Por la noche llamo a SOS amistad pero está comunicando, como siempre en período de fiestas.”
El protagonista ingresa en un psiquiátrico y poco a poco empieza a tener la impresión de que toda aquella gente –hombres y mujeres- no están trastornados en absoluto, sencillamente les falta amor.
Una novela cargada de verdades y sabiduría pero que muestra el lado menos amable de la sociedad actual.
He escogido dos ejemplos: uno del mundo del cine y otro del ámbito literario, para mostrar el eterno tema existencial de la soledad, y porque es una de las quejas que con más frecuencia escucho por parte de los pacientes.
Aunque también habría mucho que decir de los beneficios que puede llegar a aportar una soledad buscada, como sostiene el psiquiatra Anthony Storr en su libro La soledad.


miércoles, 10 de junio de 2015

                     El poder de la resistencia humana



La edición en castellano del último libro de Irvin D. Yalom Criaturas de un día, (editorial destino, 2.015), presenta una portada de pompas jabón iridiscentes que flotan sobre un fondo negro, algunas están a solas, y otras en contacto. Permítaseme contar la anécdota que me sucedió, pues una vez que compré el libro me senté en una terraza y mientras observaba la portada otras pompas de jabón reales flotaban en el aire cercanas al libro, y es que a pocos metros una niña estaba haciéndolas con el consabido juguete, así unas duraban un mayor tiempo y otras estallaban nada más ser creadas, pero todas brillaban a la luz de sol con auténtica belleza. Me giré hacia la niña y ambos nos intercambiamos unas sonrisas. No quise ponerme jünguiano y acudir a la sincronía del suceso, sino que contemplé la situación como una mera casualidad y comencé su lectura.
El libro consta de la historia de diez pacientes que solicitan la ayuda del psicoterapeuta y escritor Irvin Yalom – y señalo la faceta de escritor- porque gran parte de los pacientes conocen su obra, tanto las novelas como los ensayos. Esta situación facilita en parte el trabajo de la psicoterapia, debido al nivel previo de conocimientos; pero además, presentan la particularidad de sólo poder permitirse una consulta por motivos económicos y de distancia, o bien unas pocas, tres o cuatro, por problemas graves de salud, esto contribuye a que las narraciones de las historias tengan un gran interés para el psicólogo clínico.
El autor que con 82 años todavía se mantiene activo en la práctica de la psicoterapia, sitúa al lector en la tesitura de que el propio terapeuta también debe afrontar los dilemas humanos.
Asistimos a situaciones verdaderamente difíciles que las personas deben de afrontar, como cuando no pueden más por las pérdidas sufridas,   los problemas de salud, o por no dar sentido a sus vidas, entonces se quedan atascadas o varadas del flujo de la vida y ahí solicitan la ayuda.  Entonces es cuando resplandece al verdadero arte de la terapia de Yalom , pues como él dice en Psicología y literatura (Paidós, 2.000): “ el arte de la psicoterapia tiene en mi opinión un doble significado: es un “arte” en tanto la ejecución  de la terapia, requiere el uso de facultades intuitivas que no derivan de los principios científicos y es “arte” en el sentido keatsiano, en tanto que establece su propia verdad trascendiendo el análisis objetivo.”
El primer caso, es el de un escritor octogenario que perdió a su profesor y antiguo amigo y solicita sólo una sesión. Lo que en un principio podría parecer más bien un duelo crónico, es en realidad: “ que necesitaba un testigo de cierta envergadura y yo había sido elegido para cumplir ese papel. Este hombre se sentía demasiado frágil para aceptarlo en soledad.”
En la segunda narración, nos presenta a un joven  seguro de sí mismo y triunfador, que ante una pérdida importante se activan las pérdidas sufridas en el pasado. El suicidio de un compañero y amigo del trabajo provoca en él un estado de crisis que acude en busca de ayuda.
Los diálogos aquí mantenidos sobre el sentido de la vida son eminentemente filosóficos, pero además nos muestra las dudas e incertidumbres de su trabajo, demostrando una vez más valentía y sabiduría. Incluso el mismo Yalom, en un acto de auto-revelación al paciente habla de su propia muerte con estas palabras: “ en mi caso la desaparición de las pasiones juveniles a veces tiránicas, me han hecho apreciar con mayor intensidad los cielos estrellados y todas las maravillas de estar vivo, maravillas que en otro tiempo pasaba por alto. Tengo más de ochenta años y le diré algo increíble: nunca me he sentido mejor, ni más en paz conmigo mismo. Sí, sé que mi existencia está llegando a su fin, pero el final ha estado siempre allí, desde el comienzo. Lo que es diferente ahora es que valoro los placeres de la mera consciencia…”
Todos los casos aquí presentados están teñidos por los dos grandes retos de la existencia: el tener una vida significativa y cómo manejar el inevitable final. Pero, como añadido y característica esencial que atraviesa todo el libro está la condición efímera de la existencia humana, no en vano la cita con que se abre el libro es de Marco Aurelio sus Meditaciones: “ Somos todos criaturas de un día, tanto el que recuerda como el recordado…”
La lectura de los casos resulta amena, y a veces, parece que estamos ante una novela,  por que la carga dramática de las vidas aquí mostradas poseen el aroma de las novelas; considero que es necesario destacar esta cualidad del libro porque los sufrimientos narrados resultan verdaderamente conmovedores, incluso más allá del interés clínico. La realidad que siempre supera la ficción aquí se cumple en el mayor sentido de los términos.
En la cuarta narración, nos adentra en el territorio de las casualidades y del entrecruzamiento de las vidas y situaciones. Es aquí, donde el autor, una vez más, demuestra como el interés genuino que el terapeuta muestre por el paciente resulta absolutamente imprescindible, llegando a decir: “ los terapeutas buscamos fervientemente la precisión en nuestro trabajo y aspiramos a ser empiristas bien afinados que intentan ofrecer arreglos precisos a los elementos rotos en la historia de apegos en nuestros pacientes. Pero la realidad de nuestro trabajo no se corresponde con ese modelo, y con frecuencia nos encontramos improvisando mientras tropezamos juntos con nuestros pacientes camino de la recuperación. Antes esa imprecisión me exasperaba pero ahora, en mis años dorados, silbo suavemente mientras me maravillo ante lo complejo e imprevisible de comportamiento humano y del pensamiento humano. Lo único que he llegado a saber con seguridad es que si puedo crear un entorno genuino y afectuoso mis pacientes encontraran la ayuda que necesitan, muchas veces de formas maravillosas que jamás habría podido predecir o imaginar.” En síntesis lo que cura es el vínculo, luego vendrán las técnicas como sostiene en el libro El Don de la terapia, que por cierto nunca me cansaré de recomendar.
Un aspecto que me llamó la atención, es la falta de índice, que haría más fácil la búsqueda de cada capítulo, pero salvo esta crítica no hecho nada en falta. En definitiva, volver a leer a este autor es acudir a un manantial donde uno siempre capta nuevos matices de las relaciones terapéuticas, donde por cierto, también hay ciertas pinceladas de humor bastante bien dosificadas que permiten aligerar tanta dureza. Y precisamente por ser criaturas de un día, estaría bien tenerlo más presente y de vez en cuando, contemplar el brillo de cada vida.


viernes, 13 de febrero de 2015

               De ruta por los diferentes infiernos

En el año 2.001 el National Book Award, como se le conoce en Norteamérica al premio al mejor libro de no ficción, fue para El Demonio de la Depresión de Andrew Solomon. Este libro es todo un atlas de la depresión, iniciándose con el propio episodio que vivió el autor y avanzando a lo largo de más de 600 páginas donde se abordan desde los tratamiento más frecuentes, hasta las alternativas más curiosas, pasando por las diversas formas de afrontar las crisis en países tan diferentes como Camboya, Senegal o Groenlandia. Aborda el problema desde una perspectiva tanto personal, como científica, pero además cultural y de ahí ese carácter de atlas.
Solomon comenta al inicio del ensayo que tardó cinco años en escribir el libro, y que esto le permitió conocer a personas muy distintas, así como las diferentes formas que adoptaban  para luchar contra sus demonios. Es conveniente tener en cuenta que en inglés el libro se titula: “The noonday demon”, los demonios del mediodía una metáfora usada desde la Baja Edad Media para designar lo que desde el Renacimiento sería la melancolía y en nuestra época la depresión.
En 1.991 el autor perdió a su madre, rompió una relación afectiva y volvió a vivir en EE.UU, sin embargo el derrumbe sucedió en 1.994, y como muy bien explica, lo contrario a la depresión no es la felicidad, sino la vitalidad; la incapacidad para las tareas más cotidianas como el simple acto de preparase la comida, darse una ducha o contestar a las llamadas que amigos y familiares dejan en el contestador, puesto que incluso las actividades más sencillas resultan difíciles de realizar. Llegando a ese punto cero de activación y teniendo que ocuparse su propio padre de él, Solomon comienza a tomar antidepresivos y asistir a terapia (conviene aclarar que el padre de Solomon, es el presidente de una fabrica de productos farmacéuticos) en concreto a hacer psicoanálisis, donde resulta curioso que se compromete con la psicoanalista hasta que se termine de psicoanalizar a pesar de encontrase bien.
A lo largo del libro se va desvelando la relación edípica que mantenía con su madre, así como los conflictos que le causaba una homosexualidad no asumida. Todo esto va entretejiéndose  a la par que se adentra en las sucesivas recaídas que le provocaba sus estados de ánimo, así como su completa y definitiva recuperación.    Hay que destacar que este libro tan documentado ( tiene 130 páginas solamente de notas, ya solo esta parte es propiamente un libro ), y sin embrago, ha sido objeto de críticas como en el blog de la psicoanalista Alice Miller que realiza un incisivo ataque a la obra y a Solomon. Alice Miller la psicoanalista dice: “lo que necesitamos es más profundidad, no amplitud; más profundidad en lo que causó los diversos episodios depresivos del autor.” Las causas de las perturbaciones mentales están en el núcleo de la psique, no en la superficie que un erudito atlas puede explorar, continua Alice Miller.
Para Miller sería recomendable que Solomon practicase la terapia Forward, que recomienda al adulto deprimido que lea una carta vindicativa a la difunta madre en frente de su tumba- esto también tiene mucho de ritual- a fin de alcanzar la paz interior.
Pero además, las críticas por parte de esta psicoanalista a la obra de Solomon van en la dirección de no reconocer el factor placebo que poseen los antidepresivos, así como los tranquilizantes.
Unas críticas que es necesario traer a colación, pero que también es conveniente indicar que proceden desde la postura de una psicoanalista.
En un vídeo de Internet, el autor Solomon habla a lo largo de unos veinticinco minutos del sufrimiento, la incomprensión e incluso de la sabiduría que se puede extraer de haber padecido depresión. Llega a decir que: “si me dijeran que tengo que estar deprimido todo el mes que viene, contestaría: como sé que terminará en noviembre, lo puedo lograr, pero si me dijeran: vas a padecer ansiedad grave todo el mes que viene, preferiría cortarme las venas antes que pasar por eso. La sensación que tenía constantemente se parecía a cuando vas caminando y te tropiezas te resbalas y el suelo se te acerca a toda velocidad, pero en vez de durar medio segundo, duró 6 meses. Es la sensación de tener miedo todo el tiempo, pero sin ni siquiera saber a qué le tienes miedo.”
Para él la depresión es el secreto familiar que todos tenemos, y llegar a decir esto demuestra valentía y búsqueda de la verdad. Continúan sus declaraciones llegando a decir que:” la cuestión no es tanto encontrarle un gran sentido a la depresión. Se trata de captar ese sentido y de pensar cuando viene otra vez: va a ser horroroso pero voy a aprender algo de esto. Con mi propia depresión he aprendido lo fuerte que puede ser un sentimiento, más fuerte que los hechos reales, y descubrí que esa experiencia me permitió tener sentimientos positivos más intensos y claros, lo contrario de la depresión no es la felicidad, sino la vitalidad y en estos días soy vital, incluso en los días en que estoy triste”.
“Sentí un funeral en el cerebro y me senté al lado de los colosos en el fin del mundo y descubrí algo dentro de mí que debía llamar alma, que no había podido definir hasta ese día hace veinte años, cuando el infierno me cayó por sorpresa. Creo que mientras odiaba estar deprimido, o que pudiera deprimirme de nuevo, encontré la manera de querer a mi depresión. La quiero por que me obligó a buscar la dicha y a aferrarme a ella. La quiero por que todos lo días decido, a veces con valentía y otras con lógicas inesperadas aferrarme fuerte a los motivos para vivir. Y esa me parece es una alegría enorme y privilegiada”.
         Un párrafo que encierra mucha fuerza y sabiduría a cerca de la depresión y la vida.
Simplemente añadir que la dedicatoria del libro El demonio de la depresión me llamó la atención pues dice: “A mi padre, que me dio la vida no una, sino dos veces”, una elocuente dedicatoria y más si cabe por que el siguiente libro que publicó el autor en el 2.014 se titula: Lejos del árbol. Historias de padre e hijos que han aprendido a quererse.


martes, 27 de enero de 2015

                        Desde la noche boreal


Siento verdadera predilección por lo escritores que son capaces de mezclar a partes iguales el relato de aventuras y el humor, para hablar de temas sociales como la hipocresía o la locura. Arto Paasilinna es un escritor finlandes nacido en 1.942, que antes de decantarse por escribir narrativa trabajó de guardabosques, como periodista y que hizo poesía. En su país natal Finlandia es un autor de culto, y sus libros cuentan con una tirada de más de cien mil ejemplares. Con un título tan elocuente como mágico El molinero aullador, editado por anagrama en el 2.004, narra las peripecias de la llegada a un pequeño pueblo de Finlandia allá por los años 50 (presentado como telón de fondo la guerra de Corea ) de un curioso personaje que viene del sur- es lo único que llegamos a saber- que decide comprar un viejo molino abandonado y que ante las risas y burlas de los vecinos asistimos a la restauración del mismo por parte de Gunnar Huttunen como se llama el molinero, que lo tildan de loco. Pronto el comportamiento de Huttunen causa sorpresa y cierta preocupación, puesto que en determinadas noches en las que se encuentra con buen ánimo consigue realizar imitaciones de animales y sus sonidos llegando a animar a los vecinos con su espectáculo circense, pero cuando cae abatido por la tristeza más profunda el molinero aúlla manteniendo a todo el pueblo despierto y provocando los ladridos y aullidos de los perros del lugar y de los alrededores. A consecuencia de los disturbios que ocasionan estos aullidos y aconsejado por la dulce y adorable Sanelma Kayramo la asesora agrícola, logra convencerlo para que visite al médico del pueblo. Este no escucha al molinero y solo está interesado en hablarle de las ultimas veces que salió de caza y de como se le escapó un oso, así que el molinero sale de la casa del médico con unas pastillas para utilizar cuando se sienta triste como alternativa a usar el aullido, pero al tomarlas sólo consigue que el pobre Huttunen caiga en un estado de euforia que le lleva a entrar en todas las casas del pueblo, a no poder estarse quieto y sentir una imperiosa necesidad de hacer algo con tanta energía. Inevitablemente esto provoca el que lo crean más loco de lo que ya lo creían con anterioridad, y ante tal situación lo ingresan en un manicomio. 
Cuando el molinero se encuentra en el manicomio dice: “ un hombre podía volverse loco si no conseguía salir pronto de aquel lugar” y así es la descripción del manicomio que resulta ser un lugar horrible, a lo que conviene añadir las entrevistas con el psiquiatra que muestran la verdadera locura del profesional más ocupado y preocupado en diagnosticar y etiquetar a Huttunen diciendo que padece una psicosis de guerra, ( pues según parece combatió en la II guerra mundial) , que en ayudarlo. Pero las peripecias no hacen más que aumentar y escapará del manicomio y volverá al pueblo, y con él el aullido resurgirá.
La locura real de la sociedad está bien radiografiada al mostrar que los supuestamente normales fingen estar tullidos, viven pensando en seguir enriqueciéndose a costa de que la guerra de Corea continúe ya que siguen exportando madera, y un sinfín de miserias sirven de engrase en el funcionamiento del pueblo.
Mientras, el supuesto loco se permite frases del tipo: “ no me fío de los bancos en los que sin un rifle no le permiten a uno retirar su propio dinero”. 
Y así, se convierte en un molinero sin molino, perseguido y obligado a ser un ermitaño. “ Por las noches Huttunen se despertaba para contemplar las estrellas en el pálido cielo del verano y empezaba a canturrear, su voz pronto se convertía en un apagado quejido que iba creciendo hasta componer un desgarrador aullido, como los de antes, y la boca del ermitaño emitía un incontenible  grito salvaje. Aquello conseguía calmarlo. Cuando aullaba dejaba de sentirse solo; escuchaba su propia voz como ajena, puesto que era un voz animal”.
Entre persecuciones, aullidos y demás trascurre la acción de este rebelde ecologista maniaco-depresivo que con su curioso aullido pretende zarandear las conciencias de una comunidad que vive en su locura diaria.

Una fábula sin desperdicio, con crítica social y acidez para así desvelar los resortes que mantiene las sociedades y sus enormes contradicciones. En definitiva un autor que no deja indiferente y a tener en cuenta.

martes, 16 de diciembre de 2014

              Una temporada en las mazmorras

La publicación de Esa visible oscuridad del año 1.990 coincide en el tiempo con Las memorias del sótano del gran actor Vittorio Gassmann (1.922-2.000), ahora nos situamos en una Europa mediterránea, y así a lo largo de unas doscientas y poco páginas Gassmann describe cómo su crisis le llevó a buscar la ayuda de un psicoanalista y cómo vivenció este proceso. Este hombre a pesar de no ser escritor consigue que la lectura de esta memorias semejen una novela de aventuras, debido en parte a ser una persona de infinita cultura y sabiduría, y también a saber administras ciertas dosis de agudo humor. Incluso a veces, logra mostrase juguetón con el lenguaje, como un niño, pero todo esto no lo realiza por frivolidad sino más bien por su carácter eminentemente creativo.
Si hubiera que establecer alguna similitud entre Styron y Gassmann además del padecimiento sufrido, quizá el que ambos se recuperaron, el que Styron lo sufrió con 60 años y el actor italiano con 69, por lo demás son episodios diametralmente opuestos.
El actor utiliza para redactar sus memorias el seudónimo de Vicenzo que nos desvela en el comienzo, cuando le entrega a su editor un manojo de folios; a partir de ahí, nos adentramos en la vida de un hombre que se niega a aceptar los inevitables signos de la vejez, pero que sin embargo mantiene los fogonazos de un carácter vividor y eminentemente mediterráneo en sus costumbres y en las formas de relación social. Sin embargo, hay descripciones que demuestran como este hombre se iba derrumbando: “ Vicenzo que era el mismísimo paradigma de la comunicación se había roto en su interior, habla pero no comprende”.
Los capítulos a pesar de su brevedad poseen una calidad literaria excelente, y en ellos encontramos desde una curiosa clase de inglés con su hijo Antonio de ocho años, así como los escritos a modo de cuentos o relatos y reflexiones que le envía al psicoanalista, permitiéndose el lujo de enviárselo con las tachaduras pertinentes.
Describe una clase de teatro que el imparte mostrándose más bien poco o nada convencional a la hora de enseñar teatro, y a continuación asistimos a una dura sesión con el psicoanalista donde vemos el otro rostro de la depresión, una ira desatada donde duda que el psicoanálisis le pueda ayudar. Pero como anteriormente dije, también tiene cabida el humor, y donde está el epicentro del mismo es en el capítulo titulado: matar el tiempo, dice así: “ aquel miércoles por la mañana la rata se había apaciguado en los recovecos del corazón. Vicenzo sintió al despertarse un entumecimiento agradable que, sí, participaba de la rabia del siroco al acecho de la jornada, pero que inducía también a agradables disposiciones a la pereza y la distracción”.
Y así con esta actitud Vicenzo acude al instituto donde estudiaba a ver la lista de aprobados y reflexiona: “quizá los años de la escuela habían representado el único período en el que el tiempo estaba completamente ocupado, y el alma satisfecha con las más fútiles distracciones, sin el ansia de encontrase nunca cara a cara con una hora vacía de obligaciones y por consiguiente portadora de la blanca angustia crónica: mantenerse ocupado,  resistir el tiempo que pasa”. Al leer esto inmediatamente acudió el recuerdo del escritor Hermann Hesse (1.877-1.962), quién sufrió de diversas crisis, en la adolescencia y en la mediana edad. Estuvo psicoanalizándose con J. B. Laing uno de los discípulos de Jung y parece ser que esto le influyó decisivamente en su obra Demian ( 1.919). Tuvo un intento de suicidio a los 14 años, y más tarde cumplidos los cuarenta y seis en la crisis anterior a la redacción de El Lobo estepario. Hesse decía que no estaba seguro de sobrevivir a sus conflictos internos, sin embargo consiguió encarar la vejez con cierta dignidad y llegó a reconciliarse con la vida. Se puede decir que el libro Elogio de la vejez de Hesse, es la antítesis  de Las memorias del sótano de Gasmann.
Sin caer en los fáciles tópicos de la vejez, Hesse describe como la contemplación de la naturaleza, la sabiduría de uno mismo y la experiencia del paso de los años, son las mejores armas que el hombre posee frente al inevitable proceso de envejecer, en definitiva un texto que además de contener poemas de una gran belleza, en manos del malhumorado Gassman quizá le hubiera aportado cierto consuelo.
En las culturas antiguas se sostiene que el hombre no puede alejarse de la naturaleza por que sino enferma, y así hasta el mismo psicoanalista que trabaja con Vicenzo le recomienda: “procure estar en contacto con la vegetación, apoyar la cabeza en un árbol relaja y repone energías”. Esta relación con los árboles es tan lejana que probablemente se pierde en la noche de los tiempos, pero quizá quien más utilizó al árbol con fines terapéuticos fue el gran Franz Anton Mesmer en el siglo XVIII que pretendía curar la melancolía de sus pacientes histéricas. Su procedimiento consistía en atar a un árbol a las pacientes en plena tormenta, a la espera de la caída de un rayo, un electroshock arbóreo que se supone les devolvería la salud. El escritor alemán Peter Sloterdijk lo explica maravillosamente en El árbol mágico.
Pero volviendo nuevamente al periplo vital de Vicenzo; él que se consideraba el paradigma de la comunicación, se había roto en su interior para no comprenderse. Así se describe: “mi inteligencia es una nuez seca, en cuya pulpa hormiguean mil semillas de imbecilidad”. El autoodio, que también plasmo Styron, vuelve a estar presente en el tormento de Vicenzo.
Cuando su estado de salud le permite cierta tregua aprovecha para así evitar caras desconocidas, y a la vez se permite reflexionar sobre las relaciones humanas, llegando a preguntas como: “¿ seguía siendo capaz de conocer de verdad a los demás? Un mundo vacío en el que la abundancia de los muñecos parlantes no mitigaba su desdichada soledad”. La experimentación del vacío, la soledad más abrumadora, así como el sinsentido de la vida son aspectos consustanciales que nutren a la depresión como las miasmas a las aguas pantanosas. Pero además se aburre en las reuniones familiares, le aburren las personas, sus gestos, todo es un aburrimiento cósmico y no pretende acabar con él. Al leer estas páginas, no pude evitar recordar a quién más certeramente diseccionó el aburrimiento, el escritor ruso Joseph Brodsky ( 1940-1996) que impartió una Conferencia de graduación en Darmouth College en el año 1.989 cuyo título: “Elogio del aburrimiento”, constituye toda una declaración de principios acerca de aquello que todo ser humano va a experimentar inevitablemente a lo largo de su vida. El mérito de Brodsky consiste en hablar del aburrimiento a los recién licenciados y filosofar sobre el mismo, “ese Sáhara psicológico que comienza en vuestro dormitorio y no reconoce límites.” “Cuando os golpee el aburrimiento id a por él. Dejad que os inunde; sumergíos, tocad fondo. En una situación desagradable, la regla es tocar fondo cuanto antes para volver con más rapidez a la superficie. De lo que se trata, es de dar un repaso a fondo de lo malo. La razón de que el aburrimiento merezca tal escrutinio es que representa al tiempo en toda su pureza, en todo su repetitivo, superfluo y monótono esplendor. Por decirlo así, el aburrimiento es vuestra ventana al tiempo, a esas características del tiempo que uno tiende a pasar por alto para no poner en peligro su equilibrio mental”. Este Vicenzo en plena crisis existencial se ha asomado al tiempo y ha experimentado el aburrimiento en su totalidad, y no sólo no consigue salir de ese estado, sino que decide instalarse ahí, a sentir la densidad del tiempo como quien observa una ampolla de un reloj de arena y ve la vida vivida y el resto del poco tiempo que le queda.
Así pues, a pesar de haber creado una extensa familia, Vicenzo tiene un conflicto no resuelto con su hija Olivia que vive en los EE.UU y con la que tiene poca relación. La parte final del libro está dedicada a intentar resolver la relación que mantiene con Olivia. Sin embargo, antes de abordar este tema este hombre abrumado de melancolía dedica un capítulo memorable : “anábasis y catábasis” a indagar cómo sería su vida ultramundana. Donde llega a haber hasta un diálogo telefónico entre el analista y los jefes siderales. Y una vez que comienza a imaginar su entierro, al unísono se lamenta de las muchas ocasiones en las que hubiera podido obtener placer de los regalos de la naturaleza, se riñó por haber pasado por alto las albas doradas, las combinaciones de la flora, las caricias del sol y del viento. En definitiva, por no haber saboreado la vida en todas sus variantes y matices.
Una vez narrada y vivenciada esta experiencia ultramunda que raya lo psicótico, Vicenzo se va vivir sólo, cambiando de vida, abandona su familia y se instala en una casa, donde curiosamente el arquitecto que la diseña reproduce la misma forma que la sala de espera de la consulta del psicoanalista. Comienza a escribir un ensayo y come a diario en una tratoria donde se siente como en su segunda casa, al mismo tiempo continúa con su psicoanálisis y así llega un momento en que se considera curado, afirmando: “la palabra es una flecha: síguela y te encontrarás a ti mismo. Ha sido duro pero me he encontrado”.En definitiva, unas memorias realmente conmovedoras.


sábado, 6 de diciembre de 2014

                           Conviviendo con el demonio  


Cuando nos adentramos a leer las biografías que mejor o más fielmente reflejan el sufrimiento de una depresión, o el episodio de una crisis  espiritual, nos percatamos que los escritores o actores, son una fuente a tener muy en cuenta, puesto que poseen la facilidad para expresar como vivieron sus crisis y además muestran cierto grado de valentía por exponer públicamente su sufrimiento.
En las memorias del escritor norteamericano William Styron (1.925-2.006), cuyo título ya de por sí es altamente significativo: “Esa visible oscuridad. Memorias de la locura”, describe con todo detalle fenomenológico el horrible descenso hacia la desesperación, la depresión.
Este libro en su origen fue una conferencia pronunciada en Baltimore en un Simposio sobre desórdenes afectivos, que organizó el departamento de Psiquiatría de la Universidad John Hopkins; posteriormente el texto se convirtió en un ensayo de unas 80 intensas y desasosegantes páginas, que permiten al lector entender la oscura realidad de la depresión mejor que cualquier manual de psicopatología al uso. Y es que Styron a pesar de haber estado en los marines en la II Guerra Mundial y haber tenido éxitos literarios recibiendo varios premios, no escapó de la terribles garras de la depresión.
         Estas memorias posen la belleza de la mejor literatura a pesar de narrar un episodio tan doloroso. En él tienen cabida ciertas anécdotas que demuestran el desbarajuste que es capaz de ocasionar el estar sumido en este dolor,  como cuando viaja a París a recibir el premio Prix Mondial Cino de Duca y llega a perder el cheque por un valor de 25.000 dólares, interpretándolo como una forma de autoodio, no considerándose digno de tal premio.
          La novela Esta casa en llamas de 1.960 para muchos críticos es la mejor obra escrita sobre el alcoholismo, no la he leído pero la traigo a colación por que para Styron el alcohol era: “ el compañero mejor de mi intelecto, además de ser un amigo cuya ayuda buscaba a diario: buscaba algo, ahora lo veo, como medio para calmar mi ansiedad y el incipiente terror que llevaba escondiendo desde hacía tiempo en las mazmorras de mi espíritu”, esta descripción resulta demoledora. A pesar de no considerarse un alcohólico, relata que en un viaje en avión al consumir un whisky esto le llevó a entrar en barrena, causándole una sensación de enfermedad y lobreguez interior tan horribles, que al día siguiente se precipitó a la consulta de un médico especialista en medicina interna. Y así es, cuando previamente no hay estabilidad anímica un ligero whisky puede desestabilizar al mayor veterano de lo bebedores.
          Resulta bastante curioso el encuentro que tiene con Romaind Gary y la actriz ex esposa Jean Seberg, comentándole que esta sufre del mismo problema que él y que se encuentra a tratamiento con medicación antidepresiva. Incluso reconoce la incapacidad para entender o acceder a la esencia de la enfermedad.  Y continúa afirmando que  “tanto la depresión de Camus-había estado leyendo El mito de Sísifo-y ahora la de Romaind Gary – y por cierto la de Jean-eran dolencias abstractas para mi, a pesar de mi compasión”.
La actriz Jean Seberg se suicidó con una sobredosis de pastillas y fue encontrada muerta en un coche aparcado en una calle del centro de París, donde su cuerpo había pasado varios días. El recuerdo de este suceso hizo que Styron se sintiera dominado aún más por la tristeza.
Un año más tarde, y en un encuentro con Romaind Gary recuerda que ni siquiera entonces fue capaz de comprender la naturaleza de su angustia. Cuando leí estas líneas, sólo pude comprender la falta de empatía de Styron con el dolor de su amigo ,debido a que el mismo se encontraba en su mundo depresivo.
El que fuera dos veces ganador del premio Goncourt, un héroe de la República con la Cruz de Guerra por su valor,  definido como bon vivant y mujeriego por excelencia, Romaind Gary acabó sus días suicidándose de un disparo en la cabeza. Este suceso acentuó aún más el espanto y la grave aflicción que atravesaba la vida de Styron, volviendo a preguntarse una vez más si merecía la pena vivir.
A medida que se avanza en la lectura de estas memorias sorprende la descripción tan sutil que realiza de las distintas fases y afluentes que nutren la aflicción: “ahora estaba en el primer estadio, premonitorio, como el destello de un relámpago apenas percibido, de la negra tempestad de la depresión”. Más adelante, la ansiedad le atenaza de tal forma que deja de escribir, y lo que con anterioridad era un paseo agradable con su perro,  en un día apacible observando unos gansos en pleno vuelo, lo perturban sumiéndolo en un temblor y no consiguiendo quitarse de la cabeza unos versos de Baudelaire ,un pasaje recuperado de un lejano pasado que le habían estado rondando: “he sentido el viento del ala de la locura”.
 En su búsqueda de alivio acude a los fármacos y a la psicoterapia, sin embargo finalmente ingresa en un hospital y afirma que esa fue su salvación, resultándole algo paradójico que en aquel sitio austero, con puertas cerradas y alambradas y desolados corredores verdes, encontrara el reposo, la calma en la tempestad de su cerebro, que no había logrado en su tranquila casa de campo. Y así, lo que en verdad le curó fue el tiempo y la reclusión.
En esta lectura, de tanta intensidad dramática, no podía faltar la explicación que se da el propio Styron de su proceso depresivo. La propensión a la enfermedad procedía de su padre que pasó la mayor parte de su vida luchando como el dice contra la gorgona, y además fue hospitalizado cuando él era un adolescente, en un proceso donde ve semejanzas con el suyo, pero además la muerte de su madre cuando él tiene trece años es el factor más significativo. El interpreta que había tenido un “duelo incompleto”, no logro alcanzar la catarsis del dolor y por eso lleva en su interior en los años posteriores una insoportable carga, de la cuál la ira y la culpa y por tanto no solo la pena reprimida forman parte y devienen en simiente de autodestrucción. Cita la obra Autodestrucción en la Tierra prometida, del historiador social Howard I. Kushner que proporciona convincentes argumentos a favor del duelo incompleto y emplea a Abraham Lincoln como ejemplo. Kushner sostiene que las pérdidas tempranas precipitan conductas autodestructivas, pero también la persona implicada combate la culpa y la ira y si triunfa lo hará sobre la pulsión de muerte. Así, el escritor de ficción vence a la muerte a través de una obra honrada para la posteridad, y como sostiene Styron si la teoría del duelo incompleto es válida y él opina que lo es, uno continúa debatiéndose subconscientemente con una pérdida inmensa, a al vez que se intentan superar los efectos devastadores y el hecho de no haberse suicidado lo considera como un tardío homenaje a su madre.

          Unas memorias de una belleza y contundencia que nos estremece en los más hondo, ofreciendo eso si, el consuelo de la esperanza.